Las dolorosas palabras del cuerpo
El coreógrafo Alonzo King y el escritor Colum McCann se dan la mano en Montecarlo
Se dice pronto, pero se digiere con dificultad en estos tiempos: la edición 2010 del Monaco Dance Forum, que ahora culmina su tercera y última fase ha costado más de tres millones y medio de euros. La ocasión era excepcional: centenario de los Ballets Rusos de Diaghilev que tuvieron aquí su refugio y segunda casa (en cierto sentido y momento, España también lo fue), además de su continuidad natural a partir de la muerte en 1929 de su fundador. Y, hay que decirlo, esto puede ser posible por una mecenas entusiasta del ballet, hoy día una rara avis: la princesa Carolina, que así facilita que el pequeño principado de la Costa Azul mantenga el antiguo esplendor de los tiempos de su madre la princesa Grace, al menos a través de la danza.
Jean-Christophe Maillot, director artístico de los Ballets de Montecarlo y del Forum, ideó un largo festival en tres actos repletos de invitados célebres de todo el mundo, exposiciones, congresos y creaciones inspiradas en tan noble y decisivo pasado, además de un gran mercado de bailarines jóvenes que buscan su primer empleo y que atrajo a cientos de ellos para ser vistos por directores y coreógrafos de todo el orbe.
Los estrenos de cierre han sido impactantes. Anteanoche, en la Ópera del Casino, Chris Haring mostró Sacre / The rite thing, ejercicio intelectual y de índole posmoderna (no como pose, sino en fundamento estético), que se basa e inspira en las notaciones coreo-lógicas del propio Nijinski y en la reconstrucción, hoy tenida como canónica y asumida en todo el mundo del ballet menos en España, de los muy solventes Milliceng Hodson y Kenneth Archer. Su atinada selección de bailarines en la plantilla monegasca es clave en el éxito, con un Gaëtan Morlotti a la cabeza. Haring acude al término ready-made como un posdadaísta warholiano que, sin el menor pudor ni concesión a la escena burguesa que le hospeda, estructura la obra en una nueva ritualización coral y obsesiva. La interceptación entre citaciones de figuras coréuticas en un contexto de formato muy contemporáneo provoca el lazo sobre el espectador, que recibe sucesivos loops de los primeros compases de Stravinski.
Anoche, en el escenario al aire libre que hay tras la ópera y frente al mar, Alonzo King estrenó Writing ground, dentro del programa de colaboración entre escritores y coreógrafos, su trabajo junto a Colum McCann (Dublín, 1965), en el que a veces hay una divergencia notable entre lo que se escucha y lo que se ve. La enjundiosa y compleja suite musical basada en fragmentos antiguos, con fanfarrias y coros en que predomina el trabajo primoroso y detallista de Jordi Savall, da una impresión que deja paso a la esencialidad vital del estilo de King, su virtuosismo ligero y expuesto al lucimiento de acentos elevados, sentido de ascensión que puebla el dibujo y donde no faltan los referentes iconográficos del barroco. King quiere usar el cuerpo y sus mecanismos de expresión tal como McCann usa las palabras, búsqueda doliente y lírica del misterio armónico que debe impregnar y justificar todo arte, que busca evitar el dolor y encontrar la vía a una cierta felicidad ignota.
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