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Reportaje:música

Benicàssim adelgaza

Kasabian y Charlotte Gainsbourg abren un festival en mutación que ha perdido un tercio de abonos por la crisis

Daniel Verdú

Alguien le da a un botón y una luz roja en los amplificadores se enciende en todos los escenarios. Unos tipos se suben ahí -qué desagradecido es ser el primero- y centenares de personas, en este caso enrojecidos por un sol extranjero y una pulsera azul atada a la muñeca, se deslizan en su particular y ultra patrocinada utopía veraniega. Pero hasta ese momento, el asunto recuerda a ese melón que el de la tienda te coloca y que no sabes a qué sabe hasta que se abre. Y este año el Festival Internacional de Benicàssim (FIB Heineken), más que nunca, en su decimosexta edición, da la impresión de fiar su suerte a los caprichos de la fruta madura.

El macroevento veraniego arrancó ayer como prueba de fuego ante su nueva etapa. Vince Power, el gran empresario de los festivales británicos (Leeds, Reading o Glastonbury) compró el negocio a los Morán (fundadores del certamen) y todo el mundo se pregunta si aquel encuentro anual e independiente terminará en semana de vacaciones de miles de adolescentes ingleses (son el 60% del público que viene). Y, ay, la primera pista, el plato fuerte de la jornada, señala en esa dirección.

La artista francesa consiguió hilar un directo suave y original
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Kasabian, grandes en Reino Unido y más que discretos en España (si no fuera porque es la banda favorita de Fernando Torres y querían tocar a la celebración de la selección), fueron cabeza de cartel del primer día de un festival que, esta vez, incluye inquietantes atracciones de feria en el recinto sin que se trasluzca un gramo de ironía en ello.

De momento, el cielo no amenaza con derrumbar escenarios como en otras ediciones. Aparte del sofocante calor, las inclemencias llaman a la puerta hoy de la mano de la crisis, que se ha llevado por delante un tercio de los 50.000 abonos de 2009. Y ayer, en una jornada que calentaron a primera hora los madrileños Cohete, una de las 30 bandas españolas que pasarán por el FIB, la pájara se notó. A esas horas, tampoco había demasiado trasiego en la piscina o los sofás del mítico backstage del FIB. Aunque Love of Lesbian animaron un poco las bambalinas con su baterista dando brincos recién salido del agua.

La primera estrella en dar la cara, aunque sea por el aura familiar que la adorna, fue Charlotte Gainsbourg, hija de Serge y de Jane Birkin. Y si el apellido pesa, ella se ha encargado en su tercer disco de devolver el brío a cada una de las letras de su nombre. Sabiamente guiada por Beck, genio del corta y pega, ha conseguido sonar a propio, y de paso endulzar un poco aquella tenebrosa imagen forjada en el Anticristo de Lars Von Trier. La que luce sobre el escenario tiene un irresistible aire a rejuvenecida y aseada Patti Smith. Escasa de público (porque la cosa andaba así en general), consiguió hilar un directo suave, original y con toques esporádicos al sonido ocho bits de la Gameboy que, aunque suene a broma, es lo que se lleva. Luego vino Ray Davies, ex Kinks, y a la una de la madrugada saltaron al escenario principal Kasabian, reclamo de la noche y curtidos como teloneros y aprendices de Oasis, que, ironías de la contratación musical, ocupaban su lugar el año pasado.

Charlotte Gainsbourg durante su concierto ayer en Benicàssim.
Charlotte Gainsbourg durante su concierto ayer en Benicàssim.ÁNGEL SÁNCHEZ

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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