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Crónica:TOUR 2010 | 9ª etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Escabechina en La Madeleine

Andy Schleck y Contador toman el poder el último día de los Alpes tras hundir a Evans

Carlos Arribas

Quizás conmovido por la grandeza de lo vivido, por las emociones soportadas; quizás, desbordado por el dolor de su codo roto, quizás perdido ante la pérdida, Cadel Evans, el ciclista más admirado por su capacidad de sufrimiento, por su resistencia casi inhumana, sentado en la escalerilla de su autobús, llora desmadejado, humedece aún su maillot amarillo ya empapado de sudor, entre sollozos pide perdón a sus compañeros, a todo el equipo, a quien ha dirigido en la ardiente travesía de los Alpes hasta que su alma ha dicho basta, lamenta la derrota. Un final digno de una etapa única, la que, tras un desarrollo heroico, tuvo como resultado lo que todo el mundo ya sabía de antemano, que este Tour se jugará en los Pirineos (o quizás en la contrarreloj de Burdeos) en un mano a mano entre los dos mejores chicos de los últimos años, Andy Schleck y Alberto Contador, en la cima de su arte ambos. Dos atacantes que juran que sabrán ganar el Tour a la defensiva antes de que sus palabras se vean traicionadas por su corazón y una coletilla restablezca su impresión de sinceridad: siempre que las circunstancias no nos obliguen.

El hasta ayer líder ocultó que se había roto el codo en una caída en la anterior etapa
Schleck, de 25 años, acabó el día vistiendo de amarillo por primera vez
"Ten cuidado bajando, más vale perder 10s que ir al hospital", dijo Andy al español
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Y así iban ayer, tranquilos y sin mirarse apenas, sus equipos en la retaguardia, antes de que las circunstancias les forzaran a actuar, como rivales primero, como aliados circunstanciales después, como amigos, siempre.

"¡Ah, qué etapa!", decía, aún emocionado, Bernard Thévenet, el hombre que acabó con el mito de Merckx. "Una etapa de otro tiempo. Del ciclismo antiguo. Una etapa de pasión". Una etapa que permite borrar los tiempos de los grandes dominadores -Merckx, Hinault, Indurain, Armstrong- que convertían el Tour en una carrera de espera masoquista del golpe definitivo del más fuerte.

Una etapa en la que cada corredor llegó al límite, en la que algunos lo sobrepasaron, en la que Vinokúrov mostró su valor desequilibrante. En la que el orgullo sobrepasó a los campeones. A Cadel Evans, el campeón del mundo, que perdió ocho minutos en la ascensión de La Madeleine después de mantener toda la etapa tensa la cuerda invisible que unía al pelotón, a su maillot, a su equipo, con la fuga espléndida lanzada por el Caisse d'Épargne. Orgullo y fingimiento del australiano, quien la víspera, el día de descanso, apenas había podido rodar ocho kilómetros pues el dolor de un codo que, acaba de descubrirlo, se había roto con una caída 24 horas antes, le impedía ponerse de pie sobre la bici.

Evans ordenó guardar secreto sobre su padecimiento y ayer, cuando sus equipiers le veían apretar los dientes y le preguntaban si no sería mejor dejar libre la fuga, soltar el maillot, él les respondía que siguieran, que nadie, ningún rival, claro, debería siquiera sospechar que algo raro le pasaba.

No contaba con Vinokúrov, con el deseo del kazajo de aplicar el método científico, ensayo-error, a su sospecha de que Evans ocultaba algo. A los seis kilómetros, apenas recorrida al tran tran mantenido del BMC la cuarta parte de la interminable Madeleine, Vinokúrov atacó.

No tardó mucho en ponerse nervioso el Saxo, el equipo de Schleck, quien, desde la barriga del grupo, ordenó acelerar la marcha para controlar a tan peligroso muchacho. Para entonces, Contador ya se había puesto a su rueda -"la única rueda que me interesa", dijo-, para entonces, Evans, superada su capacidad por una vez en la vida, comenzó a descolgarse. Se soltó el campeón del mundo y fue como si el referí de un combate de boxeo hiciera sonar el 'gong' del inicio. Como movidos por un rayo, los increíbles Tiralongo y Navarro se pusieron al frente, aceleraron, sprintaron en medio de la ascensión. Detrás de ellos, el caos para casi todos, que se vieron librados a la única fuerza de su deseo. La desolación para muchos, los rivales del montón, Sastre, Basso, Leipheimer, Purito, Menchov, Gesink, que notaban, pedalada tras pedalada, mientras se acumulaban los minutos en su contra, que deberían empezar a pensar ya que la lucha por el tercer puesto bien merecería el esfuerzo, ya que el amarillo se les escapaba para siempre. La felicidad de los amigos. La rebeldía de Samuel Sánchez. Cuando, agotadas sus fuerzas, Navarro miró para atrás, sólo le seguían Andy y Contador. Cuando éstos se quedaron solos después de que Samuel se rindiera, después de que el luxemburgués quisiera rizar el rizo tratando de deshacerse del chico de Pinto con cuatro ataques sucesivos, ninguno de los dos dudó en darse la mano, en pactar seguir juntos, en aplazar los asaltos decisivos hasta los Pirineos.

Así habló Andy Schleck, de 25 años, que acabó el día vistiendo el maillot amarillo por primera vez en su vida, con Alberto Contador, de 27, dos Tours en su casita: "Ten cuidado bajando, Alberto, que más vale perder 10s que acabar en el hospital. Y, además, mi mamá me ha dicho que no me cayera y estará sufriendo viéndome por la tele". Eso, como Ocaña y Merckx, sus instintos asesinos, pero en el siglo XXI. ¡Qué Pirineos nos esperan!

Contador y Andy Schleck se vigilan durante la ascensión ayer a la Madeleine.
Contador y Andy Schleck se vigilan durante la ascensión ayer a la Madeleine.AFP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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