Verano
Este es el último artículo de última página que escribo hasta el mes de septiembre, porque el periódico cambia durante los veranos. Las vacaciones no son solo buenas porque uno descansa físicamente, sino, sobre todo, porque descansas de ti mismo, de ser quien eres. ¿Y quién no ha sentido alguna vez la tentación de huir del encierro de su propia vida, de liberarse del peso de las responsabilidades y de las rutinas? Es como Wakefield, ese maravilloso cuento de Nathaniel Hawthorne del hombre que un día sale de su casa para hacer un corto viaje y ya no vuelve más; se alquila una habitación en la acera de enfrente y se pasa 20 años espiando su hogar y a su desconsolada mujer. Veinte años contemplando el hueco de su ausencia.
Las vacaciones no duran tanto, pero son una estupenda oportunidad para zafarse un poco de uno mismo. Para atreverse a hacer otras cosas. Para intentar ser más libre y quizá un poco más feliz. Detesto la literatura de autoayuda (aunque me temo que este artículo me está saliendo con cierto tonillo parecido), pero el otro día una amiga me citó una máxima proveniente de un texto de ese tipo que me pareció bastante graciosa: "No te tomes tan en serio. Nadie más lo hace". No es una mala frase para repetirse. Para escapar del absurdo y engolado peso de la propia importancia. Si Wakefield hubiera conseguido tomarse menos en serio, seguramente no habría necesitado alquilar una habitación en otro edificio.
Aprovechemos el verano, la sensualidad de la piel al aire, el calor y el sudor, el imperio del cuerpo, la pereza. Es un buen momento para salir a la calle, para hacer amigos, para romper viejas costumbres, para coquetear con el cónyuge (¿hace cuánto tiempo que no lo seduces?) o con el vecino. Leo que el consumo de televisión es un 30% superior en la gente infeliz. Este verano no veas televisión. Y que te diviertas.
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