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Columna
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La naturaleza del miedo

La crisis económica nos ha hecho miedosos. El miedo a perder el puesto de trabajo es la peste del siglo XXI. Lo ha dicho alguien recientemente. El que no tiene miedo a perder el trabajo lo tiene a no encontrarlo. La inseguridad laboral está provocando que derechos sociales conquistados a lo largo de muchos años estén a punto de perderse, pero no pasa nada ya que lo importante es trabajar. La vida es imposible sin un empleo. Antes se reclamaba que fuera digno, ahora el trabajo es una mercancía más. No tiene por qué ser necesariamente digna. Solo es la parte costosa de la cuenta de resultados de las empresas.

El escritor uruguayo Eduardo Galeano decía en un programa de televisión que cada trabajador se ha convertido "en un mendigo de empleo", mientras los empresarios son los que deciden "quién trabaja y cuándo se trabaja". En Europa hay 23 millones de personas sin empleo. A lo peor, muchos de ellos no lo tengan ya nunca. Sin embargo, todos los países están aprobando medidas que condicionan la recuperación y rebajan las trabas al despido. Nos felicitamos por ello. Se supone que son medidas para salir de la crisis.

Joanna Bourke, una profesora de Historia de la Universidad de Londres, escribió en 2005 un libro titulado El miedo: una historia cultural. En él se afirma que ahora somos más miedosos que en el siglo XIX. Tenemos la misma cantidad de posibles miedos, pero la sociedad de la información nos ha acercado más a los horrores. El miedo se ha globalizado: el terrorismo, el crimen organizado, las epidemias, el cambio climático... El pánico por los atentados del 11-S en Estados Unidos llevó a la sociedad a aceptar la pérdida de parte de las libertades individuales conseguidas durante décadas en aras de la seguridad. La crisis económica está teniendo un efecto igual de demoledor, los ciudadanos están dispuestos a sacrificar parte de sus derechos para conseguir la recuperación.

Jean Ziegler, un intelectual suizo que lleva años denunciando el poder de las multinacionales y el hambre en el mundo, sostenía, en el mismo programa que Galeano, que los trabajadores "han interiorizado el miedo, por eso se someten voluntariamente a lo que dicta el mercado, ya que no tienen seguridad sobre sus garantías sociales". Esa es la novedad de este miedo de ahora: la culpa que han decidido asumir los ciudadanos ante el desastre económico provocado por el neoconservadurismo, como si el problema del mercado no hubiera sido su ansia por incrementar los beneficios sino el coste del estado de bienestar.

La Comisión Europea acaba de abrir un debate para alargar la vida laboral hasta los 70 años. Bruselas recupera un antiguo miedo: el miedo a que no haya dinero para pagar las pensiones. John Monks, responsable de la Confederación Europea de Sindicatos, ha respondido a la propuesta con un matiz y con una pregunta. Ambas cosas, de puro sentido común. Primero el matiz: "Sería más útil que la Comisión indicara que los trabajadores pueden conservar su puesto de trabajo hasta la edad de jubilación". Y ahora, la pregunta: ¿Dónde está la prueba de que los empresarios quieran mantener a los trabajadores de más edad en sus empresas?

Zapatero y Griñán, ambos socialistas, están gobernando rodeados de miedo. Tienen miedo a los efectos de la crisis económica y tienen miedo a perder las elecciones. Legislan, como todos, por el miedo a los mercados, a la Bolsa, a Bruselas, a Estados Unidos, incluso, en sus casos, con el miedo a seguir siendo de izquierdas. Por eso el miedo está justificando los medios y por eso las medidas que se aprueban no van contra los que crearon la situación sino contra los que la están padeciendo. Hay mucho miedo al miedo. Por eso el miedo a perder el empleo está funcionando como ningún otro miedo a lo largo de la historia. Es algo interior cuya causa no puedes combatir. Y por eso resulta tan fácilmente manipulable.

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