Valencia, un destino turístico sin rumbo
La ciudad recurre a los visitantes 'low cost' tras fracasar el intento de atraer demanda de alto nivel adquisitivo
Seamos francos: Valencia es un destino turístico de tercer nivel. No es una descripción peyorativa. Casi todos los expertos en turismo estarían de acuerdo en que en Europa hay un selecto puñado de ciudades de primerísima categoría. Roma. París. Londres. Probablemente Viena y Praga. Seguramente ninguna más. Urbes que acumulan argumentos casi inagotables para ser visitadas. Un altísimo grado de conexiones internacionales. Una hotelería poderosa y con tradición. Un tamaño, en la mayoría de casos, enorme. Y que tienen, además, la condición de capitales de Estados.
En un segundo escalón se sitúan ciudades muy atractivas, con cualidades concretas en algún caso similares o incluso superiores a las anteriores, pero que no alcanzan su potencia como reclamo. En esa categoría figurarían casos como los de Amsterdam, y también Madrid y Barcelona. Si se toma el mejor mes de 2009 en llegada de visitantes a Valencia, que fue agosto, se comprueba que Madrid o Barcelona recibieron tres veces más turistas, según el Instituto Nacional de Estadística. Si se compara con octubre, el mejor mes de Madrid, se comprueba que recibió cinco veces más visitantes que Valencia.
Valencia es un destino turístico de tercer nivel con mucho potencial
El problema es que nunca ha habido estrategia, dice un portavoz del sector
La ciudad acogió a los visitantes más exclusivos sin estar preparada
Se acabó la Copa del América y no se ha vuelto a ver a un anglosajón rico
El turista quiere saber qué hará por la mañana, por la tarde y por la noche
Valencia tiene potencial como lugar de playa con una gran ciudad detrás
Pero eso no quiere decir que la ciudad no tenga mimbres turísticos. Los tiene. Son fuertes. Y están desaprovechados. "Lo que tiene que hacer Valencia es poner en valor los atractivos diferenciales con los que cuenta. Las playas. Un parque natural, el de L'Albufera, dentro del mismo término municipal. Un centro histórico que es, por extensión, de los más grandes de Europa. La dársena del puerto... Pero todos esos elementos hay que cuidarlos para convertirlos en productos turísticos", afirma Luís Martí, secretario general de Unión Hotelera y de la Federación Hotelera de la Comunidad Valenciana.
El gran problema de la ciudad, señala Martí, ha sido que nunca ha tenido una verdadera estrategia turística. "La mejor prueba es que los planes estratégicos se están elaborando ahora", agrega.
El momento clave para entender el coste que ha implicado esa gestión basada en improvisar es 2003. En noviembre de ese año se anunció que Valencia acogería la Copa del América. La competición náutica más antigua del mundo. La más elitista. Cuyo regreso a Europa 156 años después tendría como escenario el Grau. Detrás de aquella decisión no había, sin embargo, nada parecido a un plan.
"La Copa América fue producto de la casualidad. No lo digo ni para bien ni para mal. El presidente del Club Náutico lo ha contado muchas veces. Estaba siguiendo las regatas por televisión, vio que en Auckland, Nueva Zelanda, había ganado un equipo suizo, que lógicamente no tenía mar, y decidió enviar un fax ofreciendo Valencia como sede. En unos meses se cerró todo. Más tarde pasó lo mismo con la Fórmula 1. [El patrón de la F-1, Bernie] Ecclestone estuvo en Valencia para las regatas, vio el puerto, y de ahí surgió el acuerdo", cuenta Martí.
La ciudad iba a acoger la competición más glamurosa del mundo. A orientarse para recibir a una parte de los turistas más exclusivos del planeta. Y no estaba preparada para ello. Valencia tenía (y tiene) buenos recursos turísticos, pero no son esos.
"Por un lado no se evaluó lo que significaba un turismo de élite y qué infraestructura necesita. Se pensó que los eventos arrastran masas. Y las arrastran, pero a un coste enorme y durante el tiempo que dura el evento. Y ya se ha terminado. La enseñanza que ha dejado la Copa del América es que no se ha vuelto a ver un anglosajón rico en Valencia", afirma José Miguel Iribas, sociólogo y experto en turismo.
"Y la generación de ese espectáculo tiene un coste tan alucinante que lo que hay que plantearse es qué rentabilidad tiene el turista que has traído. Las inversiones tienen que tener un sustrato estructural. No pueden ser coyunturales. La inversión coyuntural sirve cuando tienes la estructura. Imagina que eres de Portofino o de cualquier otro sitio de superlujo. Que ya tienes una tradición, una clientela y una infraestructura, que ha creado la estructura global que es tu producto. Eso lo puedes apoyar con acciones como acoger la Copa del América, porque ya tienes un producto logrado. En Valencia se hizo todo eso sin tener un producto detrás", añade Iribas.
Valencia aparece en la Guía Michelín a una distancia irrecuperable de San Sebastián, que es seis veces menor. Y en los listados de comercios exclusivos (hablamos de poder comprar un bolso de Hermès o un Lamborghini Murciélago sin salir del casco urbano), la ciudad ocupa una posición media baja. Inferior, por ejemplo, a la de Marsella.
La continuación de la historia es conocida. La Copa del América se judicializó. Regresó momentáneamente a principios de año. Y voló, probablemente, para siempre. Antes de llegar a ese momento, la ciudad, que apenas tenía alojamiento de cinco estrellas -en parte porque la clientela de negocios de la ciudad, por la naturaleza de las empresas locales, ha sido históricamente más bien de cuatro o incluso de tres estrellas-, lo generó. Uno de esos grandes hoteles, el Hilton, acaba de cerrar.
Perdida la esperanza en los anglosajones ricos; comprobado que la F-1 atrae turistas, pero sólo durante un fin de semana al año, y aceptado que los eventos restantes (tenis, competiciones hípicas...) tienen un impacto casi irrelevante, la Generalitat, que en 2008 se negó a subvencionar a Ryanair para que permaneciese en Valencia, anunció el mes pasado que la low cost irlandesa volvía a la ciudad tras recibir las ayudas económicas que antes le había negado. Una reacción a la importante caída de viajeros en el aeropuerto de Manises, superior a la media española. Una nueva prueba de la falta de estrategia turística. Un nuevo cambio de rumbo.
¿Hacia adónde debe dirigirse la ciudad? Martí opina que era una fantasía pensar que Valencia podía convertirse en un Saint Moritz (pero junto al mar) o en Mónaco, pero que la ciudad tampoco puede volcarse sólo en el turismo que traiga Ryanair. "Necesitamos tener el máximo número de conexiones y todos los segmentos de turistas".
Iribas está convencido de que la ciudad tiene un enorme potencial como destino de playa urbana (tiene la sexta parte de todas las que hay en España) con una gran ciudad detrás. Esta actividad, explica, el sociólogo, se mide en unidades de tiempo. Lo que el turista pregunta es: ¿qué puedo hacer por la mañana?, ¿qué puedo hacer por la tarde?, ¿qué puedo hacer por la noche? "Siempre he pensado que sería facilísimo construir un producto turístico que asociara la mañana a la playa y el sol (o agua y sol, porque también puede ser en la piscina del hotel). La tarde, con Valencia, que es una ciudad estupenda para pasar muchas tardes. Y la noche a la infraestructura del ocio, que hace falta reforzarla muy poco para superar en diversión a prácticamente todas las ciudades turísticas de Europa", indica Iribas. "No sería un turismo extremadamente vitalista (como el guiri inglés de Benidorm), sino formado por matrimonios con hijos pequeños, o parejas ya sin hijos de cincuenta y tantos años".
El modelo es sencillo pero a estas horas se antoja lejano. La ciudad que lleva gastados cientos de millones en eventos no ha sido capaz de obtener banderas azules para sus playas del norte (Malva-rosa y Cabanyal), ni de conectar las del sur con un transporte público coherente.
Suspenso en territorio y productividad
El lobby Exceltur publicó hace unas semanas el primer informe sobre competitividad turística de las comunidades autónomas. La valenciana ocupa un discreto séptimo puesto. En la categoría de Ordenación y condicionantes competitivos del atractivo de los espacios turísticos, desciende al número 16. Solo Murcia sale peor parada.
El apartado analiza la protección del territorio, la densidad urbanística en los destinos, el atractivo de los espacios y el compromiso ambiental. El suspenso no sorprende a Fernando Vera, profesor de Turismo en la Universidad de Alicante. "Los parámetros que utiliza Exceltur pueden ser objeto de discusión. Pero, sin caer en visiones catastrofistas, vienen a subrayar lo que venimos diciendo desde hace bastante tiempo: la importancia de la atención a territorio y al medio ambiente para los destinos turísticos".
El cambio de política es inaplazable, afirma Vera, entre otras cosas porque se ha detectado una sensibilidad creciente de los visitantes al respecto, aunque ésta varíe en función del mercado emisor y de la extracción social del turista. "Eso ha llevado a muchas empresas y a algunos destinos a preocuparse por ello. No es una ruptura, pero sí nos obliga a hacer cambios en los modelos de actuación urbanísticos".
Eso sería, en todo caso, el futuro. ¿Pero qué hay de lo que ya tenemos? "Se puede intervenir en la renovación de destinos consolidados. Crear nuevos espacios públicos y nuevos equipamientos. Y también se pueden tirar edificios, aunque sólo en casos extremos. Pero se pueden hacer muchas cosas. En movilidad, por ejemplo, eliminando o reduciendo la circulación intensiva junto al mar".
Vera está trabajando precisamente, con las universidades de València y Castellón, en un proyecto de renovación de destinos consolidados financiado por el Plan Nacional de I+D+i que ha puesto en marcha el Ministerio de Innovación y Ciencia. Los municipios escogidos son Benicàssim, Gandia y Benidorm.
El otro suspenso, este de ámbito estatal, es el de la productividad: el sector de la hostelería es junto al de la construcción el único que restó productividad al conjunto de la economía durante el periodo de expansión (1995-2007), según un estudio del que es coautora Matilde Mas, investigadora del IVIE, para la Fundación BBVA. Eso no pasó en muchos otros países. Y donde ocurrió no lo hizo con la misma intensidad.
La razón, explica Mas, es que en la hostelería conviven empresas muy productivas (como las grandes cadenas hoteleras) con miles de chiringuitos basados en mano de obra barata y poca calidad. La receta, por lo tanto, es diferente que en el caso de la construcción. Mientras el ladrillo debe adelgazar, lo que requiere la hostelería es una reestructuración, afirma Mas.
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