Glenn Beck quiere salvar América
La estampa quedará genial en los libros de historia: el 28 de agosto de 2010, bajo el húmedo sol estival de Washington DC, a los pies de la estatua de Abraham Lincoln, una concentración de miles de ultraconservadores cabreados, hartos de tener un negro en la Casa Blanca, un déficit galopante y minorías por todas partes, pretende dar a luz un movimiento nacional presto a retraer Estados Unidos a sus orígenes puritanos (y, de paso, dejar al movimiento Tea Party en pañales). Arengándoles con la palabra de Dios, el hombre que marca la pauta en la derecha más tradicionalista estadounidense: Glenn Beck (Washington, 1964), una de las figuras mediáticas más rentables de la década.
Sobre el papel, Glenn Beck, el hombre, no casa con Glenn Beck, la marca. El primero es uno de tantos en su país: ex alcohólico, sin formación —solo cursó una asignatura universitaria, a los 32 años— y con tres décadas a sus espaldas como locutor de radiofórmulas. Pero la marca quita el aliento: decimocuarto líder de opinión del mundo según Time —donde su amiga Sarah Palin le describió como un patriota que pincha y corta desde lo más alto— y presentador, en Fox News, del programa de comentario de actualidad más visto de la televisión. Su programa radiofónico empezó en una pequeña emisora y ahora se emite en 280. Cinco de sus siete libros han pasado semanas en la cima de lo más vendido según The New York Times.
"Me lo ha dictado Dios. Me eligió porque os puedo guiar", detalló en su programa de radio.
La marca nació cuando, a los 22 años, Beck era un personaje más bien unidimensional, un obseso de las ondas que se había hecho un hueco como genio de la zoo radio —esos programas mañaneros de música y humor a lo Morning 80, de M-80—, de incoada cultura política y adicto a varias drogas. Pero el 14 de abril de 1986 Ronald Reagan ordenó bombardear el palacio del líder libio Muammar el Gaddafi y le cambió la vida. En el programa de la mañana siguiente puso música patriótica en bucle y empezó a recibir llamadas de oyentes emocionados por su patriotismo. Colocado como ha reconocido que estaba, Beck se dedicó a jalearles y a recibir más llamadas a cambio.
Saltemos otros 22 años, a 2008. Beck sigue sin abrir un libro de política, pero ya es un Jiménez Losantos a la enésima potencia. Se ha ganado el corazón de un sector de los conservadores con la misma fórmula macarra de la zoo radio: más que diatribas partidistas, sus programas en la radio y en la tele son pura emoción. Llora, se ríe y patalea por cómo van las cosas. Gana millones con las decenas de conferencias que imparte por todo el país cada año e incluso convierte la literatura doctrinaria en best-seller (el mes pasado se estrenó en la novela, con una curiosa variación de El código Da Vinci en la que el protagonista desenmaraña una conspiración gubernamental que le lleva a razonar que, si desatiende la ideología conservadora, el mundo llegará a su fin. 132.000 copias despachadas en una semana). "Conecta con el público de forma muy visceral", opina Amit Ray, profesor de Sociología del Rochester Institute of Technology. "Y entre los conservadores, prima la emoción sobre la razón".
Según su legión de fieles, encarna como nadie la parábola del hijo pródigo. Gracias a esas horas que dedica en antena a recordar su pasado como adicto, Beck consigue presentarse a sí mismo como el patriota redimido, rescatado del nihilismo. "Todo aquel que pasa por un proceso de rehabilitación siente que ha sido salvado y que su misión es salvar a los demás", explica Ray. "Y si ese alguien va ganando poder e influencia, es normal que desarrolle una comprensión mesiánica del mundo. En comunidades tan evangélicas, esos dejes te dan credibilidad".
Con estas, cuando el pasado noviembre anunció su convocatoria del próximo 28 agosto para explicar cómo hacer borrón y cuenta nueva en su país y devolverlo "al verdadero espíritu de nuestros Padres Fundadores", Beck dio con el punto G ideológico de sus fieles. "Esto me lo ha dictado Dios. Me ha elegido a mí porque yo os puedo guiar", soflamó.
Pero poco más ha detallado de su plan desde entonces. A lo sumo, algunos trazos sobre cortar servicios sociales, federales, y la inmigración. Porque, ante todo, este es un hombre de negocios que cerró 2009 con unas ganancias de 26 millones de dólares. Y la iluminación exige un desembolso previo. Su plan solo se encontrará en The Plan, un libro que publicará justo después del anunciadísimo acto de este verano.
¿Genio del marketing o cegado mesías? El caleidoscópico Beck se ha reinventado en tantas fases, y ha alcanzado tal estatus en tantas industrias —la política, la mediática, la editorial —, que es complicado separar a la persona del personaje. Por eso resulta ilustrativo recordar al niño de 13 años que ensayó durante meses para ganar la hora de antena que sorteaba su radio local porque, por encima de todo, quería que se le escuchara.
El periodista Alexander Zaitchik, autor del libro Common nonsense: Glenn Beck and the tiumph of ignorance (traducible como Sinsentido común: Glenn Beck y el triunfo de la ignorancia), recuerda lo que algunos consideran la anécdota más cruel de la historia de la radio estadounidense: "A medidados de los ochenta, cuando Beck trabajaba en Arizona, le dio por llamar a una mujer y pinchar la llamada en directo sin avisarla. La señora acababa de sufrir un aborto y a Beck le pareció buena idea reírse de ella. '¿Es que su marido no sabe hacer nada bien?". La señora en cuestión era la esposa del director de un programa de la competencia que le hacía sombra.
¿Por qué ha elegido Beck la misma fecha y escenario en que Martin Luther King pronunció su célebre I have a dream para revelar al mundo su plan divino? "Al principio se equiparaba con King", explica Zaitchik, "pero alguien le dijo que era un progresista muy famoso y entonces dejó la comparación y se aferró a que ese fin de semana es puente. Creo que eso lo dice todo".
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