Violencia de género y comunicación
En Euskadi, en lo que va de año, han fallecido 3 mujeres por violencia machista. Desde 2004 han muerto 26. Siete de ellas eran inmigrantes (todavía tenemos en la memoria a la colombiana Yasmine Rodríguez o a la venezolana Clara Rangel, asesinadas en Irún y Renteria, respectivamente). Cada día los juzgados de Violencia de Género tramitan hasta 11 denuncias. Lo dice el Consejo General del Poder Judicial en uno de sus últimos informes: nuestros juzgados investigaron el año pasado 4.058 denuncias y el número de procedimientos incoados en 2009 en la comunidad autónoma aumentó un 8 % respecto a 2008. Lo podríamos achacar a un aumento de la sensibilización social pero, sin embargo, las estadísticas del Observatorio de Violencia de Género confirman que en el País Vasco existe todavía un grupo significativo de mujeres que desisten de continuar con el proceso judicial tras haber denunciado al supuesto agresor.
La agresión machista hoy constituye ya un tema de debate en la vida pública
En los últimos años, la percepción pública del problema y su visibilidad en los medios de comunicación ha provocado la implicación de los partidos políticos en la búsqueda de soluciones al mismo. Desde la década de los 70, el número de informaciones sobre la violencia contra las mujeres presente en los medios ha ido en constante aumento. Por ejemplo, en el caso de la prensa, (en materia audiovisual, en aquel entonces sólo existía RTVE) entre 1976 y 1977 sólo se publicaron 50 informaciones. Seis años más tarde, entre 1982-83 la cifra ascendió a 229 y a finales de esa década se alcanzaron las 754, más de una información diaria. Esta última proporción es similar a la encontrada en un mes seleccionado al azar de 2010 en el que en EL PAÍS se publicaron 30 informaciones sobre este tema (una media de una al día).
Como muestran estos datos, la cobertura de la violencia contra las mujeres se ha intensificado especialmente desde diciembre de 1997, momento en el que se produjo el asesinato de Ana Orantes a manos de su marido. Esta fue quemada viva después de denunciar las agresiones que venía sufriendo en un programa de máxima audiencia de Canal Sur. La amplia información que los medios ofrecieron sobre cómo el marido mató, roció de gasolina y quemó a su mujer tuvo un enorme impacto social y marcó un antes y un después en la información en España. Este asunto saltó a primera página de los periódicos, portadas de los informativos de televisión y radio y allí se mantuvo en algunos medios, en los dos meses siguientes cada vez que hubo de dar cuenta de una nueva muerte de una mujer en el ámbito familiar.
Muchas situaciones como ésta se habían producido anteriormente, pero el carácter endogámico y mimético de los medios favoreció la publicidad de este caso concreto. El documento televisivo donde la mujer denunciaba a su agresor sirvió de fuente informativa para documentar el asesinato y multiplicar el efecto de "realidad". No se traba ya del fallecimiento de una mujer anónima. Era la que había salido en televisión, y en la medida en que había sido representada socialmente por los medios, existía mucho más que cualquier otra. El caso, por tanto, no sólo provocó el aumento del número de informaciones que se publicarían o emitirían a partir de ese momento, sino que supuso un incremento cualitativo. Creció la cantidad de portadas que dedicó la prensa y el tiempo invertido por los medios audiovisuales a ese tema.
La muerte de Ana Orantes a manos de su marido o aquí en Euskadi, la de Begoña Bohoyo en Pasaia y la de la irundarra Nagore Laffage en San Fermín generaron un nuevo prototipo de información. Los hechos no sólo modificaron los criterios de selección periodísticos, provocando un aumento de la cobertura de este problema, sino que supusieron la consolidación de un tratamiento informativo distinto de la violencia de género. Sus muertes, como muchas otras, provocaron la creación de un nuevo enfoque informativo, un nuevo marco de referencia en la narración de episodios de violencia de este tipo. Estos pasaron de ser tratados como acontecimientos casuales y de sucesos, a ser explicados como un problema social. A partir de esos momentos dejó de informarse mayoritariamente de estos hechos como eventos ocasionales y aislados, como crímenes pasionales de los que se daba cuenta principalmente en espacios de sucesos o en programas en los que se explotaba el interés humano y la carga emocional.
Este tipo de noticias ha pasado a los espacios de Sociedad de los medios escritos, a las cabeceras de los medios televisivos y a los titulares de las emisoras de radio. Y lo más importante, hoy ya constituye un tema de debate en la vida pública. En este sentido, el aumento de la presencia de la violencia contra las mujeres en los medios ha ido paralelo al incremento de la preocupación de la ciudadanía acerca del tema y a la percepción social de que se está ante un problema de grandes dimensiones.
En los últimos años, afortunadamente el nuevo discurso mediático ha conseguido atraer la atención pública y también modificar la agenda política. Pero, la responsabilidad compartida no puede quedar ahí pese a que en Euskadi la tasa de denuncias presentadas sea de 4,4 por cada 10.000 habitantes frente a las 7 de media en España. Lo dice Emakunde: hace falta una actuación más urgente de las instituciones. No es la primera vez que fiscales y jueces han reclamado también más recursos para frenar la escalada. Por eso, comprobando entre otros, los resultados de la Ley Integral contra la Violencia de Género, el compromiso mutuo -político, educativo, judicial y periodístico- debería ir más allá.
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