La furia, el miedo y la fiesta
Centenares de miles de españoles siguieron el partido con nervios y gran emoción y celebraron el triunfo a lo grande en las calles de las principales ciudades
"No tenemos miedo". Todo el mundo repetía el mismo mantra delante del Santiago Bernabéu, más de 50.000 personas apretadas ante pantallas gigantes con un equipo de altavoces que hacía sonar como un Jumbo a los comentaristas de la televisión. Con similar ánimo y con inusitada alegría se celebró el triunfo de la selección en las principales ciudades y en un sinfín de pueblos españoles. Los aficionados apiñados en Madrid no tenían miedo pero se santiguaban, hablaban solos calmándose a sí mismos, abrazaban a su hijo pequeño cuando tipos llamados Trochowski o Schwensteiger se acercaban a Casillas con su nombre crudo y su historia de campeones: tres estrellas en el pecho, tres Mundiales en sus vitrinas. No mires hijo, parecían pensar los padres.
Durante el partido, el ánimo osciló entre la furia y la congoja. La masa estaba encendida minutos antes del partido, con una banda autodenominada Capitán Canalla utilizando el cañón de sonido para entonar estribillos como "Vamos todos al salón/ Duba, duba/ a coger un colocón/ Duba, duba" y cantar clásicos como el archipatriótico "Yo soy español, español, español", la inevitable tonada "¡Que viva España!" o el himno con letra minimalista: "Lo-lo, lo-lo, lo-lo-lo...". Con el balón ya en juego la cosa cambió. Solo quedaban encendidos los colores rojos que cada cual llevaba encima, en unas gafas de sol, un top, una bufanda, las zapatillas o en lo que hubiera aparecido en el armario. Pero las caras estaban tiesas, con los ojos abiertos y guardando en la pupila un puntito del trauma atávico de las derrotas de España. Los niños (y quizás los locos, nadie se identificó como tal) eran los de psicología más relajada. Niños forofos, como Jorge Felipe, 10 años, hijo del peruano José Alayo, 30 años en España, un hombre grueso repintado de rojo y amarillo, con el brazo izquierdo tatuado palmo a palmo. Le queda limpio el derecho. Se lo tatuará con una bandera porque España está en la final. "¿Me pongo la de España o la de Perú, Felipe?", le pregunta a su niño. "La de España, papá".
En Barcelona, el partido se vivió de manera atípica. El Ayuntamiento no habilitó ninguna pantalla gigante y algunos criticaron por ello al alcalde Jordi Hereu. El PP convocó a los aficionados para ver el encuentro en un cine de la parte alta de la ciudad y Ciutadans invitó a acudir a un local cercano a la playa. Miles de aficionados celebraron el triunfo de la selección, plagada de jugadores del Barça, en la Rambla, en la plaza de Espanya y en la plaza Artós, donde se quemó algún contenedor de basura.


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