_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tarea cumplida

David Trueba

Uno de los empeños a los que se han dedicado con más ahínco los medios en España es a la degradación de los valores de la lucha obrera. En estos tiempos sofisticados, se han esmerado en que las reivindicaciones laborales suenen a zafio e innecesario. Los tertulianos, verdadero fenómeno mediático, quizá porque aún no existe un potente sindicato nacional de tertulianos o sencillamente porque desde su posición es más justificable la defensa del individualismo, han orientado su desprecio hacia el asociacionismo, presentando el sindicalismo como una antigualla rancia. Los paros y las huelgas han perdido la batalla de la imagen, que enfrenta al obrero no contra la empresa, sino contra el apaleado ciudadano. "Que no nos fastidien a nosotros", "siempre pagamos los mismos", son frases habituales en las encuestas a pie de calle en jornadas de paros y tienen un efecto demoledor sobre las movilizaciones.

La crisis ha arrinconado cualquier reivindicación. Como todo está tan mal, nadie tiene derecho a la queja o a protegerse del chaparrón con más ahínco que los demás. Y menos los funcionarios o los obreros con empleo fijo. Seguramente algunos liberados sindicales han contribuido con su mal ejemplo al empobrecimiento de esta imagen, pero es evidente que la estrategia de sutil derribo ha funcionado en todos los ámbitos. Hábilmente, las grandes empresas se han partido en porciones o externalizado muchas de sus funciones para practicar ese arte tan eficaz del divide y vencerás. Están tan desgajadas que montar una asamblea de trabajadores es más complicado que reunir a tu antigua clase de primaria. En un país con cuatro millones de parados, el personal de las compañías ha ido desapareciendo para agrandar los márgenes de beneficio y al consumidor se le fuerza a autogestionarse desde la bandeja de comida, la tarjeta de embarque, el repostaje de gasolina, el servicio técnico y el transporte y montaje del mobiliario de casa. A lo largo del día trabajamos para casi todas las empresas a las que recurrimos y en vez de cobrar por ello, pagamos nosotros. Lo único malo del progreso es que a menudo unos progresan más que otros.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_