Una plaza como una casa
Andrés Pérez lleva el mantenimiento de Las Ventas desde hace 31 años y vive allí
El puesto de trabajo incluye derecho a vivienda. Por eso Andrés Pérez vive en Madrid con domicilio en la plaza de toros de Las Ventas, calle de Alcalá, número 237. Desde hace 31 años es el conserje del gran coso taurino. Su casa de ladrillo visto, en la trasera de la construcción neomudéjar, da al patio de caballos. Siete ventanitas con vistas a un suelo de tierra, las caballerizas y la capilla donde los toreros se encomiendan a fuerzas mayores. La coz de olor a cuadra es inmediata. A él la costumbre le mitiga el golpe en la pituitaria.
Pérez llegó a España desde Alemania a finales de los años setenta. Volvió, más bien. Con la mujer del brazo y la década que pasó allí siendo camarero a las espaldas. Los chicos -dos- vinieron luego. De pequeños sí que hicieron algún que otro castillo en la arena del coso. "A partir de 1979 empezó a regentar la plaza Diodoro Canorea, el presidente de la empresa taurina hispalense. Necesitaban un conserje y un pariente mío que entonces trabajaba de lo propio en La Maestranza me recomendó. A mí me gustaba la fiesta y aquí que me vine. Fue en enero". El señor Andrés -en Las Ventas todos le llaman así- se remonta a los orígenes sin que las fechas se hagan de rogar en su memoria. Menudo, y de figura ventripotente, es de los que a sus 68 años ha decidido ponerse el cinturón por debajo de la barriga, no por encima.
"La de cosas que se dejan. Me he llegado a encontrar hasta tres carritos de niño"
"Siempre hay algo que reparar. Antes preparaba el ruedo, ahora dirijo la tarea"
Como conserje, él lleva "todo el tema de mantenimiento". Es el encargado de distribuir el trabajo de los tres operarios que se ocupan del estado de las infraestructuras. "Siempre hay algo que reparar. Antes también me tocaba preparar el ruedo. Lo arañaba con el tractor antes de cada corrida. Ahora dirijo la operación. Tengo prótesis en las dos caderas y hay cosas que ya no puedo hacer". Pero no son las averías de a pie las que más trabajo le dan, sino vigilar el montaje y el desmontaje de los espectáculos no taurinos. Aquí el show continúa siempre. Las Ventas no descansa. "A mí lo que más me impresionó fue una antología de la zarzuela que se hizo en el año ochenta. Fue fastuosa. Pero hemos tenido muchos conciertos muy importantes. La Tina Turner, la Whitney Houston, Prince...". El último lo dio Joaquín Sabina. El señor Andrés da el parte: "Cincuentones y sesentones a base de cubatas. Poca juventud".
Él se ve todo lo que echen en la plaza. Siempre desde el mismo sitio: el burladero del callejón. Recuerda, por dramáticas, la cogida que tuvo Curro Vázquez enfrente del tendido 7 -"porque estaban increpándole los aficionados"- y la muerte del banderillero El Campeño. Por bonitos, "los quites que te hacían Julio Robles, Ortega Cano y Roberto Domínguez". Y por épica, la despedida de Palomo Linares, que "ese día no triunfó. No tuvo buena suerte".
Aficionado de toda la vida, el señor Andrés se declara torerista: "Al torista le gusta la res; se fija en la casta y la ganadería. Al torerista le interesa más la figura del torero. Yo soy de estos". ¿Favoritos? "Todos. Para mí, cualquiera que se pone delante de un toro merece respeto. Por eso me identifico más con la afición de Sevilla. Mientras el torero está toreando, lo esté haciendo bien o mal, le respetan. Cuando acaba la faena, si ha estado bien le aplauden. Y si ha estado mal le abuchean. Aquí no. Aquí le están volviendo loco durante toda la corrida. Yo lo respeto, pero...".
Parado en medio de la grada 5, el señor Andrés se apoya en la baranda y posa para la foto. "¿Digo patata?". Luego señala con un gesto que abarca toda la plaza: "La de cosas que se deja la gente. Yo me he llegado a encontrar hasta tres carritos de niño. Salen emocionados y se llevan al crío pero se olvidan de la sillita. También hay mucho robo. Cuando acaban las corridas la gente rebusca entre los tendidos a ver qué pilla", cuenta, mientras hace la señal universal de apropiación de lo ajeno: mover los dedos de la mano de arriba abajo. "Una vez a un señor le dieron con una almohadilla en la cabeza y se le salió la dentadura postiza. Bueno, pues por más que buscamos, no apareció".
Ni oficina ni ordenador. Las herramientas de trabajo del señor Andrés son el móvil y un manojo de llaves que abren todas las dependencias del recinto. Esta mañana decide recibir en el despacho de la enfermería, justo enfrente del quirófano, hoy en penumbra. La sala hace de tenebroso fondo alicatado en blanco. "La verdad es que aquí se vive estupendamente. Si te gusta, es bonito. También raro, porque estás en el centro de Madrid, pero aislado. Entre parques y la M-30. Si es invierno y ya de noche, vuelves con miedo. Le tienes que decir al taxista que te deje en la misma puerta", cuenta.
La que no lo lleva tan bien es su señora. "Sufre el polvo".
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