La nada tiene prisa
La nada tiene prisa, escribía Pedro Salinas, pero Vicente del Bosque no tiene prisa. Está contra la nada. La relación del seleccionador español con el trabajo que le encomendaron es un ejemplo saludable de humildad y armonía, de lucha contra la nada a la que convocan los augures del periódico desastre nacional.
Con esa actitud, que está a medio camino entre la resignación ante la estupidez y la dignidad ante el insulto, el más equilibrado de los seleccionadores que ha tenido el fútbol en mucho tiempo ha desafiado el temporal de los que llevan la insignia del ahora, tampoco. Nunca dijo nada en contra de sus antecesores ni de sus sucesores. Cuando dejó de entrenar al Madrid, hizo mutis, como los grandes del teatro, y sobre ese silencio edificó su carácter actual, de hombre recogido sobre unas convicciones de las que no alardea.
Y, cuando le han lanzado arañazos de espuma acre gente como Toshack o Aragonés, ha respondido con la humildad de aquellos que en la paciencia encontraron oro. Dijo, por ejemplo, que todo el mundo, a estas alturas, entiende de fútbol y que no hay nadie que no pueda opinar de lo que entiende.
En varias ocasiones, durante este campeonato, ha vuelto a demostrar que sabe poner en práctica aquel verso sabio de Salinas: solo la nada tiene prisa para llegar a la nada. Así que ha llevado a cabo planteamientos sensatos para momentos alocados y ha demostrado que así es como se saca adelante un barco en medio de una tormenta casi perfecta. Ante Portugal supo escuchar los latidos de la tierra salvaje y puso a Llorente cuando tocaba. Luego, todo el mundo (en la grada y los despachos, en la prensa y las alturas futbolísticas) se permitió decir eso que también se lee en las solapas de los sabihondos: "Si ya lo decía yo...". Pero él se arriesgó. Tenía estudiado el asunto. Él sabe cómo se mueve el futuro si aligera las cargas de una selección en ese momento o desorientada o rota. Y funcionó Llorente. Es decir, funcionó su paciencia para ver qué habría que hacer lógicamente para luchar contra la falta de lógica.
Y el sábado supo atender al sonido antes que a la furia y vio que era Cesc (un tipo que es ya un dios del fútbol porque solo la nada tiene prisa) la llave para resolver el conflicto. Se ayudó de Pedro, el noble delantero tinerfeño, para hacer realidad el sueño de aligerar el peso paraguayo y solventó la historia como los mejores jugadores de cartas: sin apenas hacer señas.
Y es que así es este hombre tranquilo. Apenas emite señas y cuando las emite están ya deglutidas más por la mente que por el desgañite. Una sugerencia comparativa: mientras Maradona emite a velocidad de vértigo su supuesta sabiduría, a Del Bosque se le tiene que intuir que habla. En todo el campeonato solo le he vislumbrado una vez diciendo, muy quedo, "putamadre". Ni cuando hay goles ni cuando Casillas paró el penalti. Jamás se ve a Del Bosque hacerse acreedor del triunfo de los chicos.
Si acaso me recuerda a Kubala. O a Di Stéfano. Y, para mi generación, ese es el mayor elogio que puede hacerse de alguien. Del Bosque se lo merece porque ha luchado con éxito contra las cabronas prisas de la nada.
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