La España feliz
La victoria de Nadal en Wimbledon, el camino hacia el título mundial de Lorenzo, la baza de Contador en el Tour y el histórico tránsito de la selección de fútbol invitan al optimismo frente a tanta penuria
Hace tiempo que los españoles encontraron en el deporte un motivo de orgullo y felicidad. Las portadas son constantes, sofocan las angustias rutinarias. Los triunfos, tan variados, retratan la diversidad de un país que tiene en el deporte un nexo. No hay en España un sector más propagandístico, fuera de sus fronteras nada despierta mayor admiración. El deportista español se ha sacudido los cavernarios complejos, cuenta con una aceptable dotación de infraestructuras que le permite tener una formación sólida y el clima no es obstáculo. Por lo general, es esforzado, ingenioso y talentoso. Son los casos de Rafael Nadal, Jorge Lorenzo, Alberto Contador y la selección de fútbol.
Ni las rodillas han podido torturar a Nadal, un superdotado física y mentalmente. Un chico carismático como pocos, tan elegante en las derrotas como en las victorias. A sus 24 años, tras su triunfo de ayer en Wimbledon sobre Tomas Berdych (6-3, 7-5 y 6-4) ya suma ocho títulos grandes (cinco en París, dos en Londres y otro en Melbourne). Es uno de esos iconos que se anticipan a la leyenda. Ya tiene un trono junto a las memorias de Fred Perry, Ken Rosewall, Jimmy Connors, Andre Agassi e Ivan Lendl, guardianes del mejor tenis y que también conquistaron ocho torneos del Grand Slam. Con su nueva pica en el All England Club, Nadal, ya convertido en un mito, ha vuelto a desterrar un topicazo. Los españoles no solo vuelan sobre la tierra. El esplendor de Nadal sobre la hierba se aleja de la excepcionalidad de aquellos inolvidables éxitos de Manuel Santana en 1966 y Conchita Martínez en 1994, dos ganadores con aire quijano.
También Lorenzo, por quinta vez en la temporada en lo más alto del podio, ayer en el de Montmeló, está a un paso de contradecir a quienes sostenían en los boxes que los motociclistas españoles solo abren gas en las cilindradas pequeñas. Con su álbum de victorias a falta de 11 carreras, supera ya en 52 puntos al segundo en la clasificación del Mundial, Dani Pedrosa. El trono de Àlex Crivillé en 1999, el único en la gran categoría, ya no parece circunstancial. En Lorenzo, como en Pedrosa, hay largo recorrido. Al tiempo que estos aceleran en MotoGP, la hegemonía española es abrumadora: Marc Márquez, líder en 125cc; Toni Elías, en Moto2.
Después de Miguel Indurain no hay semillas. Otro dicho rutinario que amenazaba al ciclismo español con años de tinieblas. Pues los últimos cuatro campeones del Tour han sido españoles (Óscar Pereiro, Carlos Sastre y Contador). Al primero se le rebajó la gesta por una sanción dopante a quien le precedió en la clasificación. No lo necesitó Contador, que, liberado del yugo de Lance Armstrong, pelea por su tercer Tour.
Por su inalcanzable onda expansiva, nadie ha estado más marcado por las etiquetas como el fútbol español. Que si España solo era un país de clubes, que si ni toro ni torero, que no había una afición propia, que si no sabía competir sin los extranjeros. A la vista está: España es campeona de Europa, está 60 años después entre las cuatro mejores de un Mundial, en las calles se festejan sus triunfos, tiene gancho en todos los rincones y los más reputados foráneos de su Liga ya no están en Sudáfrica.
El deporte es la sonrisa de España. Y lo que queda.
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