"El cabezazo de Zidane en todo el pecho a Materazzi fue justicia divina"
He disfrutado mucho jugando al fútbol de niño allá en mi aldea con una pelota de trapo o con una piña o con una lata entre las vacas, entre los castaños, entre los robles y entre los pinos. Qué partidazos. Pero a los siete años me lesioné de muy fea manera cortando leña. Recuerdo la final de la Copa de Europa contra Rusia en el Bernabéu. En la única radio que había en la aldea, escuchamos el partido todos los vecinos. Fue un día de auténtica fiesta. Ese día las vacas no fueron al prado ni se ordeñaron y cuando nuestro Marcelino de El Ferrol metió el gol de la victoria de cabeza nos volvimos locos. Cómo corría el vino y la bota de aguardiente, qué manera de fumar puros.
No hay fiesta, no hay alegría en el mundo comparable a una victoria de aldea. Cuando hace dos años otro gallego, Fernando Torres, nos daba la victoria contra Alemania, algo muy parecido volvió a pasar. Y luego dicen que no hay futbolistas en Galicia. Quién no se acuerda de Luis Suárez, de José Armando Ufarte, mi ídolo; de Amancio, de Marcelino, de Fran. Disfruté muchísimo con el Dinamo de Kiev allá por los años sesenta y setenta. Qué máquina de jugar el Dinamo de Kiev con Blokhin a la cabeza. Desde siempre fui del Atlético de Madrid, pero me gustó siempre todo el buen fútbol y ¡qué gane el mejor!
Cómo no voy a recordar a Boniek, a Butragueño, a Iván de la Peña, mis héroes personales. O la presentación de Maradona en el Bernabéu. Y a mediados de los noventa vi jugar 20 minutos en el Calderón a Malle, del Valencia, y se lesionó solo, después de sacarnos los calzoncillos media docena de veces. Le tributamos una ovación digna de un césar. Recuerdo aquel partido formidable Real Madrid-Anderlecht, en la Copa de Europa, con un Butragueño desatado. Y ese partidazo que hizo Mauro Silva en el centenariazo, comandando al Deportivo de La Coruña. Jamás vi a un futbolista proteger el balón con ese poderío. Y tampoco podré olvidar el recuerdo de aquel partido de la Copa del Rey que estábamos jugando en el Camp Nou contra el Barcelona y nos fuimos al descanso con cuatro goles a cero de Sole Pantic. Ya me parecía que aquello era extrañísimo. Y en el segundo tiempo entre Iván de la Peña y Ronaldo y aquel golazo de Guardiola nos mandaron al infierno.
El fútbol es una escuela de vida. El gran fútbol se hace sin balón y la suerte, la decisión y los hados juegan de tal manera. Y ahora tenemos en el fútbol a un dios contemporáneo, Messi, que bien lo podríamos comparar a Aquiles, el de los pies ligeros. Solo sobran en el fútbol esos camiones de dinero que todo lo compran y lo venden. Ah, muchas veces se me aparece en sueños Bebeto haciendo cabriolas contra el Espanyol y la verdad: en el fútbol puede haber mucha felicidad, mucha inventiva, intuición de la grandísima. Y justicia divina, como aquel cabezazo de Zidane en todo el pecho de Materazzi. Viva el fútbol.
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