_
_
_
_
Crítica:PURO TEATRI
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Falta carne, sobra cuento

Marcos Ordóñez

1 Carne. Nunca había visto a Pastora Vega en teatro y tenía muchas ganas, desde que me pasmó en la serie Unidad Central Operativa, donde interpretaba, rebosante de pasión y desgarro, a una matriarca gitana que, por amor a un estupa, traicionaba a su marido, un capo de la droga. El estupa era el siempre convincente Juan Ribó, ahora su pareja en Una relación pornográfica, la comedia de Philippe Blasband que llevaron al cine Sergi López y la impresionante Nathalie Baye. Manuel González Gil, responsable de las exitosas puestas de El diario de Adán y Eva y Por el placer de volver a verla, ha convertido esta historia de sexo secreto y pasiones desbordadas en una finísima, edulcorada y latosa novelita romántica a lo Maria Luisa Linares. Radionovela, mejor dicho, a juzgar por la sobreabundancia de melaza musical (modelo Anónimo veneciano), las cadencias afectadas y el exceso de voces en off. Casi todo, de hecho, suena a off: es una de esas funciones que pueden verse con los ojos cerrados. Una cosa es que no se muestre sexo y otra que no se trasluzca, que no se respire: Pastora Vega se envuelve en una sábana que parece un sayón, y entre ellos no parece haber el menor voltaje, por mucho que sus palabras ("Quiero sentir cómo nace tu placer dentro de mi cuerpo") pretendan convencernos de lo contrario. El escenario del Apolo barcelonés es demasiado grande, y el frío decorado de Alfonso Barajas no consigue crear la imprescindible intimidad. Juan Ribó tiene fuerza y muchísimo oficio. Pastora Vega tiene belleza natural, elegancia y delicadeza, pero le falta brío, proyección, y un director que rompa esa dicción monocorde y lánguida en la que todo suena a lección aprendida, a sentimientos impostados. Sin la cámara que acercaba cuerpos y atrapaba miradas y silencios, la trama pierde fuelle a medida que avanza. Al principio nos mantiene interesados un doble motor: la oculta fantasía que les une y el devenir de su historia, modulado por las distintas versiones que ofrecen de lo que sucedió. Sin embargo, una vez roto el pacto inicial ("sólo sexo"), el misterio cede paso a una cháchara más o menos salpicada de mots d'esprit. Quizá consciente de que el avión ha entrado en barrena, Blasband se saca de la manga una breve historia paralela (otra pareja, otra pasión) que, en las manos adecuadas, podría tener la fuerza del mejor Truffaut. Pastora Vega se desdobla en el maravilloso rol de esa anciana, loca de amor por su marido muerto, pero no logra hincarle el diente a lo que podría ser su gran momento, y el monólogo, falto de guía, resulta helado e inerte. Yo sigo pensando, porque lo he visto, que en esta actriz hay un fuego que aquí no ha encontrado cauce. La función tiene mucha gira por delante para seguir trabajando el personaje y sacar de la tripa esa intensidad. Si Pastora Vega sólo quiere un éxito comercial, lo tendrá, lo está teniendo ya. Pero si también quiere, como me parece a mí, alcanzar arte y verdad, aún le queda mucho por hacer: ese es el gran reto y el gran regalo del teatro.

Pastora Vega no logra hincarle el diente a lo que podría ser su gran momento

2 Cuento. Inauguración del Grec: Prometeo, de Esquilo, en versión de Heiner Müller, traducida al catalán por Feliu Formosa. Comparten la dramaturgia Pablo Ley y Carme Portaceli, que afirma haberla dirigido. Si no conoces la obra, puedes llegar a pensar que la merluza de la cena estaba en mal estado. O que sigue las pautas de la vieja receta para el pastel de cerdo propuesta por Ambrose Bierce: se coge un pastel y se le da de estacazos a un cerdo hasta que formen una masa indistinta. Escenografía impresionante y desmesurada de Paco Azorín: altísimo faro metálico con escalera en espiral, malecón guantanamero, estanque para que se resfríen los actores. Gabriela Flores (Coro) trata de resumir el previously on Prometeus, una ensalada de dioses y superhéroes, con tono de maestra de primaria. Tiene sentido, porque el montaje podría llamarse Prometeo para niños. Para niños castigados: dura hora y media, pero parecen seis. Prometeo es Carme Elías, aunque cuesta reconocerla, maquillada de bruja piruja. También cuesta horrores seguir la historia, pese a sus esfuerzos para vocalizar desde lo alto de la torre/faro y exhalar algo de convicción. Otro título posible: Prometeo recibe. Por la leña que le dan al personaje y al texto, y por las visitas que se suceden, como en la consulta del seguro. Un niño (castigado) diría que hay un señor o señora (la distancia, el pelo estropajoso y el tono gutural inducen a error) gritando en un torreón y van llegando personajes vestidos de modo estrafalario que declaman o increpan largamente. Cuando el parloteo se hace insoportable, la banda de Dani Nel·lo toca algo. No busquen más intríngulis porque no lo hay. Llorenç González (Fuerza) viste de Pinochet y hace de malo de serie Z. Albert Pérez (Hefesto) viste como Camps, se le entiende una frase de cada tres, y ha de largar un sermoncito sobre el petróleo del golfo de México, el cambio climático y los refugiados, culminada con una patética morcilla sobre el Barça: cosas de la dramaturgia. A Lluïsa Castells (Io) la han disfrazado de Betty Boop cornúpeta. A Pepa López (Océano), de Lola Herrera. David Bages intenta componer un Hermes cínico, casi una parodia de Mastroianni en La dolce vita. Muy pasado de vueltas, pero con energía: el único. Y una única frase para el recuerdo: "Qué ingrata es la ingratitud", dice el coro en un pronto cantinflista. En el tercio final se amalgaman un fragmento de Zement, de Müller, una despedida circense a cargo del director musical y la interpretación (por razones ignotas, pero no viene de una) de Over the rainbow. Es costumbre reciente de cierto teatro catalán acabar con una canción o bailecito para que el público pueda recomponerse la cara antes de que enciendan las luces. Prometeo ha estado tres días en el Grec. Luego irá a Mérida, y luego al Valle-Inclán. Teatro inútil (sin eco, sin misterio, sin comunicación), antiguo en el peor sentido, pese a sus afeites de seudomodernidad. Sólo deja una pregunta: ¿cuánto nos ha costado este triste bromazo, esta pérdida de tiempo y de dinero?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_