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Columna
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Periodismo precario

Nos ha dejado Carlos Monsiváis a quien escuché por última vez el 22 de octubre de 2008 en San Salvador durante el XIV Foro Eurolatinoamericano de Comunicación. Tuvo una intervención magistral a propósito del periodismo. Mucho antes, en 1971, en su libro Días de guardar Monsiváis escribía acerca de la existencia precaria de un periodismo crítico, del pequeño número de reporteros cuyo nivel excede el de meros anotadores o consignadores de hechos, del nulo espíritu analítico de la mayoría de las secciones editoriales, del conformismo y la sumisión, de la antiprosa y la antisintaxis, del lugar común y la obviedad, de la censura y la autocensura.

Trataba en ese volumen del periodismo concebido como artesanía popular, de la corrupción y del control informativo y de la certidumbre colectiva en torno al estatus mínimo de la profesión. Se interrogaba sobre el vínculo, el común denominador, entre esa complacencia secreta generada por la violencia y ese orgullo público ostensible ante la opulencia desaforada e inquiría en qué instante preciso coinciden, o demuestran que jamás han sido cosas diferentes, el cultivo del morbo sanguinolento y el de las ilusiones. Para Monsiváis coinciden en el instante preciso en que se comprueba una ley subterránea, vigente en los países donde la prensa, sin sus excepciones, en absoluto promueve una diaria toma de conciencia frente a la realidad sino que por el contrario fomenta o se inventa un público que ignora y desprecia la necesidad de informarse.

Cuando la prensa pierde su función tiende a recurrir a la excentricidad

Porque el periodista, al escribir o comparecer ante los micrófonos de la radio o las cámaras de televisión, lo hace a partir de una cierta idea de los lectores, de los oyentes o de los espectadores a quienes se dirige. Ambiciona ganarse su atención, que es el bien más escaso, y por eso, sojuzgado por la dictadura de la medición de audiencias donde toda infamia tiene su premio, acaba deslizándose por la espiral de la degradación, decidido a competir para ser coronado como campeón de la basura y lograr de paso la mayor circulación social y la más alta retribución económica. Aceptemos que en todas partes pero en nuestro país de modo especial el éxito genera envidias y que tenemos tendencia a ponderar sobre todo el prestigio del fracaso. Por eso entre nosotros cunden los triunfalistas de la catástrofe y ni siquiera cuando fuimos un imperio nos concedimos un instante para saborearlo, con el padre Las Casas y demás compañeros siempre al acecho. Pero ahora los campeones de la infamia han logrado superar la barrera del recelo y ser aceptados como figuras del toreo. En todo caso, como señala S. J. Lec, hay que poner extremo cuidado para no caer debajo de la rueda de la fortuna de uno de ellos.

Vivimos un cierto avasallamiento de la tecnología punta. Algunos piensan que mediante el dominio de esa jerga tienen asegurado el futuro sin comprender que conocer la naturaleza de la energía eléctrica es distinto de saber en qué emplearla ni cómo hacerlo del modo más eficiente. Tampoco los técnicos en telefonía están necesariamente dotados del don de la conversación. Por eso la cuestión de los soportes de la información debe diferenciarse de la originalidad y la calidad contrastada de la misma. El mero canibalismo del que se sirven muchas publicaciones on line puede contribuir a la inundación informativa en que vivimos pero para nada alivia la perentoria necesidad de agua potable, cuyo suministro debemos asegurarnos. La cuestión es su coste y cómo vamos a pagarlo.

Monsiváis habló en San Salvador de la combinación paralizadora que forman la impunidad de los poderosos y el fatalismo de los excluidos y consideró una manifestación lingüística de esa tenaza la recaída en el eufemismo. Aportó un buen ejemplo atribuido al secretario de Hacienda de su país, México, que se refiere al hambre como la "paciencia de la dieta" y de ahí su apuesta por la erosión del determinismo y por la proclamación de los derechos de la escasez.

Por eso, frente a la desigualdad que impide el acceso a los vocabularios democráticos o democratizadores, la tarea de los medios de comunicación sería favorecer los cambios y preparar alternativas a los populismos personalistas que por todas partes afloran. Cuando la prensa pierde la idea de su función como espacio privilegiado para el debate público tiende a recurrir a la excentricidad para lograr con ventaja la atención, con las consecuencias que están a la vista. Vale.

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