Paradojas de la política moderna
Más allá de cualquier frontera cultural y geopolítica, ninguna de las élites contemporáneas logra establecer un orden. Por supuesto que el orden en sí mismo no es un fin primario de la moral política. Lo que llama la atención hoy en día es que ningún gran proyecto político de cualquier tipo puede garantizar su propia continuidad.
La idea de una Europa soberana y unida está en pleno retroceso. El déficit democrático de la Unión Europea se intensifica mientras sus líderes nacionales proclaman lealtad a Europa y autonomía respecto de ella. La UE fue la encarnación de una seria toma de conciencia posterior a la guerra, que implicaba un rechazo de los nacionalismos que hubo antes de ella. Y se ha ido convirtiendo en un acuerdo de conveniencia económica. Los progenitores de la unidad de Europa anticiparon una nueva civilización y lo que tuvieron fue el Banco Central Europeo. Raras veces puede haber asumido una noble idea, y de modo tan rápido, una forma material tan insulsa.
A Obama se le acusa de europeizar a Estados Unidos, mientras la UE americaniza Europa
El éxito postbélico de Europa occidental se debió al Estado del bienestar. Sus fundamentos espirituales fueron las ideas de solidaridad propias de socialistas y socialcristianos, la comprensión de que la sociedad no es un mercado. Escribo esto mientras una agencia de calificación sin rostro censura a España. La gran irracionalidad de aceptar tan irrisoria forma de gobernanza económica no perturba demasiado a las élites europeas, ocupadas en decretar austeridad para sus ciudadanos. En cambio, son incapaces de comprender que la seguridad económica o es internacional o es inalcanzable.
En Estados Unidos, un presidente cuya inteligencia alarma a buena parte de la nación está luchando por utilizar el Estado para el bien común. La indispensabilidad del gobierno como una lección que puede aprenderse es una cuestión que sigue abierta. En Estados Unidos, la codicia privada, el rechazo a la responsabilidad común, utilizan el lenguaje de la libertad. Engels y Marx pensaban que EE UU podría avanzar más rápidamente hacia el socialismo que Europa. En vez de ello, lo que el país ha confirmado es la idea de ambos sobre la "falsa conciencia". De hecho, el desempleo y las penurias económicas han concentrado la ira en "Wall Street", pero se trata de una ira primitiva, sin sustancia política. De una manera grotesca, el presidente es acusado de europeizar a Estados Unidos, cuando lo cierto es que si los actuales presidentes de la UE se aferran a sus obsesiones presupuestarias, acabarán por americanizar a Europa.
En buena parte de EE UU y de la UE hay muchos que no piensan en términos económicos o políticos. En vez de ello, demonizan a extranjeros e inmigrantes, y a las intrusiones de un mundo al que no comprenden. En eso se asemejan a los islamistas que excitan su ira y su miedo. Los fundamentalismos difieren, pero una consecuencia les es común. Quienes se hallan totalmente inmersos en culturas étnicas, nacionales y religiosas distintas a menudo tienen dificultades con el manejo de situaciones de cambio, con las consecuencias de la nueva interdependencia. En Occidente, una idea intelectualmente restringida de la economía ha anulado en gran medida a la política.
¿Son convincentes los nuevos modelos? China, con su partido monopolizador del poder estatal y del mercado abierto, reivindica el éxito. Pero a medida que su economía crece lo hace también la capacidad de represión. Los líderes chinos heredaron el miedo del antiguo imperio a la desintegración: puede que tengan una buena razón para estar preocupados. Brasil e India tienen sus propios legados contra los que luchar y sus líderes son lo suficientemente prudentes como para no suponer que pueden impartir lecciones al resto. EE UU, la URSS y China no pudieron controlar el mundo en tiempos de la guerra fría, así que los nuevos centros de poder solo están intentando hacer lo mismo de manera fortuita.
Una paradoja final es que en una situación de creciente interdependencia, las diversas naciones tienen que comenzar a construir separadamente su futuro común. Los europeos están desaprovechando las ventajas de su historia compartida, y muchos en EE UU no son capaces de reconocer que su condición de excepcionalidad se está acabando. El mundo musulmán está dividido entre naciones con proyectos (Argelia, Indonesia, Irán, Malasia, Turquía) y aquellas aún prisioneras de su pasado. Los ataques del fundamentalismo, la raquítica respuesta occidental a la crisis capitalista, nos advierten de que se avecinan todavía más incertidumbres. Los años 1989, 2001 y 2008 marcaron los comienzos de una serie histórica cuyo final no es posible prever ahora.
Los líderes políticos más reflexivos se nos muestran manejando dos opciones. Pueden concentrarse en resolver los problemas inmediatos con los medios disponibles y confiar en que las soluciones a largo plazo se harán alcanzables a medida que unas mejores posibilidades se hagan más visibles. O bien, pueden tratar de realizar propósitos propios del largo plazo mediante el deliberado dominio de acontecimientos a corto plazo. Esos líderes creativos que ahora recordamos tenían el talento, intelectual o intuitivo, de poder realizar ambas opciones. Es una lástima que tan pocos de esa clase sean nuestros contemporáneos.
Norman Birnbaum es catedrático emérito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducción de Juan Ramón Azaola.
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