Magnética Roma
Son las Historias de Roma de Enric González un libro feliz, excelente para viajeros, curiosos y aficionados a la ciudad, y lo digo como viajero, amante y fugaz vecino de una de sus colinas. ¿Es posible sugerir las profundidades del carácter de Roma en la descripción del primer apartamento del autor, corresponsal entonces de EL PAÍS en Italia? Sí. El apartamento vale como retrato moral de una ciudad "viva y muerta, esforzada e indolente, teatral e indescifrable", a la que alguna vez dan ganas de dejar por imposible. "Estas páginas son un paseo personal", confiesa Enric González, y sale de su casa, encrucijada de escaleras internas en un cuarto piso que, cerca del Senado y en un palacio, fue refugio sexual de senadores. Meter un sofá es una hazaña casi suicida. Y ya vamos por la Roma fascista, democristiana, comunista, craxiana, berlusconiana, histórica, papal, inmortal, bienaventurada e incomoda en su orgullosa ebriedad de sí misma, su euforia turística y su política tronante en las sirenas de esos coches negros que usan los bandidos y los altos dignatarios del Estado. Aquí la comida es estupenda, y se toma el mejor café del mundo, y el arte de alquilar un piso exige recurrir a la diplomacia internacional, el Vaticano, algún ministerio. "Roma es lo más parecido a una puta vieja que he visto en mi vida", decía el inmigrante James Joyce. El temperamento de Roma resulta a veces difícil, producto de su tradición burocrático-eclesial, pero también, digo yo, propio de una ciudad de peregrinos y transeúntes en la que no se sabe nunca con quién puede uno encontrarse. Roma está hecha de misterios tan simples como ver caer la nieve a través de la cúpula del Panteón, y unos pasos median entre el lugar donde apuñalaron a César y la calle en la que dejaron el cadáver del presidente de la Democracia Cristiana y antiguo primer ministro Aldo Moro. Al asesino que disparó diez veces a Moro en el maletero de un Renault 4 incluso sus compinches de las Brigadas Rojas lo relacionaban con los servicios secretos, pero Enric González no juzga. Sólo nos guía con intuición romana y gran inteligencia literaria. Se limita a señalar que el coche fue abandonado exactamente en un punto equidistante de la sede de la DC y del PCI, en pleno centro, y añade: "Me parece admirable que los terroristas lograran aparcar el automóvil en ese lugar simbólico: les aseguro que nunca, ni entonces ni ahora, ha resultado fácil encontrar un aparcamiento en el barrio".
Historias de Roma
Enric González
RBA. Barcelona, 2010
124 páginas. 17 euros
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