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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Contra la sombra del olvido

Más allá de la justicia poética -reunir sus apasionados ensayos rusos ayuda también a comprender la singularidad del conjunto de su narrativa- y de su necesaria sistematización, la aparición en un solo volumen de los estudios sobre literatura rusa de Juan Eduardo Zúñiga es importante por cuanto permite valorar mejor su defensa de una cultura basada en la ética y en la dignidad humana. Son Alexandr Pushkin e Iván Turguénev los principales ejes de este recorrido por la cultura rusa, pero también figuran -siempre desde puntos de vista diferentes y privados de cualquier artificio académico- todos los nombres esenciales de las letras rusas modernas: Andréiev, Lérmontov, Dostoievski, Gógol, Chéjov y, entrado ya el siglo XX, los principales vanguardistas que convirtieron a Brodski en el Pushkin contemporáneo destinado a renovar la lengua y el imaginario literario de su país.

Desde los bosques nevados. Memoria de escritores rusos

Juan Eduardo Zúñiga

Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores

Barcelona, 2010

360 páginas. 24 euros

Más información
Inicio de 'Desde los bosques nevados', de Juan Eduardo Zúñiga

Tanto El anillo de Pushkin como Los imposibles afectos de Iván Turguéniev han sido, en las tres últimas décadas, hitos en la reivindicación de un modo de estudiar la alteridad -lingüística, cultural, literaria- desde terrenos próximos a un comparatismo no convencional. Con la suma de ensayos sueltos e inéditos (Hijos del sol, sobre el tejido urbano y literario de San Petersburgo, es una obra maestra de la reflexión creadora y donde el espíritu de Mandelstam revive con inédita fuerza), este Desde los bosques nevados se convierte en un libro de claves sobre la lírica y su proyección en la identidad colectiva de los rusos hasta la actualidad. Zúñiga analiza el uso de la memoria -solo por conocer las peripecias editoriales, dentro y fuera del sistema, de los grandes textos rusos ya valdría la pena este libro-, la sentimentalidad o la adaptación al medio natural al tiempo que desnuda lugares comunes como la tristeza, la violencia o el aislamiento; los proverbiales factores del alma rusa -desde la proyección anímica del paisaje hasta la resignación ante la fatalidad de la historia- recuperan en estas lecturas su sentido más primigenio y, sin juicios ni acrobacias, nos hallamos ante una reinterpretación, cabal y entusiasta, de lo que pudo ser la gran nación eurasiática. Como cuenta sobre la sangre de sus poseedores en el anillo de Yelizaveta Vorontsova, "en su dura materia había entrado la centenaria experiencia rusa de sufrimiento, pasiones y grandeza".

El humilde subtítulo del volumen, Memoria de escritores rusos, podría inducir a pensar que se trata de una simple antología de ensayos sobre los narradores y poetas en la lengua de Tolstói. Sin dejar de serlo, el libro se estructura como un preciso artefacto para la comprensión de los mitos culturales que han condenado al mundo eslavo a un crónico desencuentro con el resto del planeta. Es aquí donde se le planta cara a la sombra del olvido. Y es entonces cuando la reinterpretación que hace Juan Eduardo Zúñiga de personajes como "el gigante de cabeza plateada" (Iván Turguénev), llamado el americano por sus ideas occidentalizantes, revela el poderoso argumento de la universalidad de la cultura. Diferentes fueron el XVIII y el XIX rusos y la España de Larra o Galdós, y quedan bien claras las particularidades del romanticismo o las vanguardias de ambos países, pero subyace también un formidable subtexto sociológico que reclama la cultura como herramienta de progreso y Zúñiga no es ajeno a esa apuesta (son especialmente reveladoras las alusiones al modo en que se adentró en el mundo de los clásicos rusos en plena infancia, entre el azar de un fascículo con Nido de hidalgos y la necesidad de abrir el horizonte madrileño ensombrecido por el guerracivilismo). Hijo de la cultura republicana ilustrada y víctima precisa de la intolerancia que arrasó el espíritu librepensador de los años treinta, Zúñiga ha cifrado en su narrativa general un mundo de perdedores de la historia cuya única tabla de salvación serían la imaginación y los espectros del amor y la palabra. Sereno y ecuánime, el autor de Largo noviembre de Madrid y La tierra será un paraíso no entra a valorar la mítica identidad entre rusos y españoles, pero de una manera muy sutil deja en el lector la semilla de esa dualidad y la estimulante sensación de que hay que leer de nuevo el resto de su obra cuentística.

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