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Columna
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Olor a cuerno quemado

La imagen del toro de lidia en los dibujos animados o en los tebeos (Buggs Bunny, Mortadelo y Filemón en ¡Valor y al toro!) siempre es la de un coloso cabreado que vapulea a los protagonistas y, como mucho, es vencido por un porrazo casual en la cabeza a cuyo alrededor giran pajaritos y estrellas. Una plaza de toros real es bastante distinta. El arte que se le supone a la tauromaquia puede que aparezca alguna vez en alguna plaza de postín; el resto de corridas que se celebran por los pueblos de España son un espectáculo maloliente, chapucero y chabacano sin la más mínima conexión estética con Goya o Picasso. Cuando se apela a la tradición para mantener la fiesta quizá sea precisamente por esos tres adjetivos (maloliente, chapucero y chabacano) que parecen describir a la perfección una gran parte del carácter español. Vamos a dejar cruel y sangriento de lado para no caer en obviedades, pero estos son los argumentos que se esgrimen en Cataluña para prohibir definitivamente el espectáculo que, de hecho, ya era casi inexistente. La recurrente acusación de antiespañolismo de los catalanes en esta cuestión es falaz porque en el País Vasco se celebran corridas y no se les puede tachar precisamente de españolistas.

El alcalde de A Coruña redujo gastos para las fiestas pero no de la subvención a los toros

En Galicia las cosas son bien distintas de lo que pasa en Euskadi y Cataluña. Aquí nos movemos en el terreno de la indiferencia que a veces resulta ser resbaladizo. El alcalde de A Coruña, Javier Losada, se propuso reducir gastos en las fiestas de la ciudad de este año, un ahorro que afecta a fiestas masivas pero que no contempla la subvención a fondo perdido de las corridas de toros. Este trato preferente para un espectáculo es la base de otro argumento en favor del toreo y es que se trata de una industria muy rentable que no se puede desmantelar así como así. Es fácil que una empresa sea rentable recibiendo un pastón oficial por un lado y llevándose además la recaudación en taquilla, cosa que no suele ocurrir con los conciertos gratuitos en los que el artista a lo más que aspira es a tener un puesto de camisetas, más por una cuestión estética que económica. Si se abandonase esta industria a su suerte, como se ha hecho con la música, otro gallo les cantaría y con otro toro tendrían que lidiar.

Es cierto que en Coruña está la peña taurina más antigua de España pero también existe un Ateneo Republicano al que nadie hace ni caso, así que lo mejor que se puede decir de Galicia es que a nosotros la fiesta pues ni fu ni fa. Es un limbo minoritario que por ahora debería permanecer a la espera de lo que ocurre en otros sitios, una actitud muy gallega que rompe ahora el presupuesto para corridas que Losada -sin mucha convicción, eso sí- pretende mantener a pesar de algunos acontecimientos que avivan el fuego. Al respecto de esto, es cierto también que en las últimas décadas el número de toreros muertos, como el de los pilotos de Fórmula 1, ha descendido espectacularmente en comparación con los años 20 y 30 pero la imagen de Julio Aparicio con el cuerno de un toro atravesándole la mandíbula no parece tener mucho que ver con el arte sino más bien con la pura y simple salvajada. Los mozos de Alhaurín el Grande (Málaga), que deshicieron a puñetazos a unas vaquillas, se vengaron de la cornada de Aparicio con creces, saltándose todos los reglamentos para ese tipo de diversiones populares con la complicidad del Ayuntamiento y la pasividad de las fuerzas del orden. La impunidad con la que se perpetran estas burradas no debería hacer ningún favor al toreo como no lo hace la retirada por el resto de la temporada de José Tomás, al que algunos consideran la única salvación posible de la fiesta y una buena razón para seguir con ella. Si tanta responsabilidad pesa sobre los hombros de Tomás, quizá no deberíamos en Galicia gastarnos los cuartos en toreros patosos salidos de las páginas de ¡Hola!. Y, sin lanzar las campanas al vuelo, quizá también estemos en un buen momento para que la Unión Europea o esas gentes de ahí fuera, tan preocupadas por nuestra economía, den un puñetazo en la mesa de una vez y así no quede más remedio que suspender cautelarmente los festejos.

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