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Reportaje:

Fabri destierra la amargura

El entrenador lucense logra al frente del Granada su primer ascenso de categoría tras haber pasado por más de una veintena de equipos en 25 años

Fabri atiende al teléfono mientras camina por Granada y devuelve saludos, gestiona todo tipo de invitaciones y recibe las gracias. Acaba de pilotar el ascenso a Segunda División del equipo de fútbol de una ciudad del tamaño de A Coruña que llevaba 22 años lejos del fútbol profesional. Fabri es Fabriciano González Penelas, de San Pedro de Santa Comba, en la zona rural del municipio de Lugo, "terra de ferreiros", aclara. El sábado firmó su renovación por una entidad que tiene el pedigrí de un histórico y la ambición de unos adinerados dueños italianos que se han buscado un socio espabilado: Quique Pina, el mismo que llevó a las puertas de Primera al Ciudad de Murcia antes de vender sus derechos a un empresario. El Granada 74, malquerido en la ciudad, se tuvo que ir a jugar a Motril y Pina invirtió la plusvalía en el verdadero Granada, el que ahora vibra con Fabri, un sufridor de los banquillos.

"En otros sitios me echaron y no pude demostrar lo que llevo dentro"
"Piterman era un enorme ventajista, un personaje, un pillo"

"El fútbol es mi pasión, pero había sido muy injusto conmigo", explica. Tras una carrera futbolística sin excesivo brillo en Lugo, Viveiro y Vilalbés dio el salto a la dirección técnica con 30 años. Un cuarto de siglo después, ha pasado por 25 banquillos entre Lugo, Villarrobledo, Mahón, Gandía, Manlleu, Elche, Zamora, Murcia, Avilés, Huesca, Almería o Tarragona y por tres equipos portugueses. Estuvo a las órdenes de Piterman y dirigió en Primera División cuatro partidos al Logroñés. Hace dos temporadas en Mérida le destituyeron cuando a falta de 10 jornadas tenía al equipo a tres puntos de los puestos de promoción a Segunda; la pasada se fue a la calle en Cartagena con el equipo segundo, con un bloque que al final ascendió y ahora lucha por llegar a Primera. "Todavía no sé que pasó", lamenta. Al final reflexiona y concluye que igual no sabe manejar la diplomacia: "Digo cosas que a la gente no le gusta escuchar. No sé manejar esa variable, lucho por hacerlo, pero no lo consigo".

Fabri no se corta. Llegó a Granada para suplir a un compañero que había pasado por idéntico trance que él. A Álvarez Tomé lo destituyeron a mediados de marzo. Iba segundo a cuatro puntos del líder, el Melilla, y había caído en los tres últimos partidos fuera de casa. Nada más llegar a Granada, Fabri dijo que no le gustaba el equipo. "Comenté que no me agradaba como estaba montado y muchos se me echaron encima; '¿de qué vas?', me preguntaron, pero habían encajado nueve goles en tres encuentros, conmigo nos marcaron cinco en los últimos 11 partidos y todos fuera de casa". Le tachan de defensivo, pero él habla de solvencia, de solidez y rigor en el juego, de mecanismos y del poco margen de maniobra que tenía para cambiar y ganar. "Las etiquetas son difíciles de quitar, también llevo muchas destituciones encima y los presidentes pueden desconfiar a la hora de firmar un contrato conmigo". Pero lo firman. Pasan los años, las maletas van de un lugar a otro, pero Fabri siempre tiene trabajo.

Con todo, tenía un desafío, una espina clavada: quería disfrutar de un ascenso. Nunca lo había paladeado hasta que el Granada subió hace 15 días tras una agónica promoción ante el Alcorcón. Una marea de aficionados les recibió por las calles de la ciudad. Las últimas dos semanas el equipo ha competido con la Ponferradina para lograr el intrascendente título de campeón de la categoría, un tiempo que, sin embargo, a Fabri le ha cundido. "Me he sentido tan querido, tan valorado... Nunca tendré como pagar tanto cariño. En otros sitios me echaron y no pude demostrar lo que llevo dentro. Andaba corroído por ello, ahora soy un hombre nuevo, feliz. Me he quitado un peso de encima y además ha sido en Granada. Si ahora tuviera que volverme a Santa Comba y trabajar las fincas estaría encantado, ya me he sacado el veneno que llevaba dentro", asegura antes de recordar con amargura cómo jamás ha podido triunfar en su tierra, despreciado por todos, excepto por su Lugo, en cuyo banquillo se sentó en dos etapas sin mayor esplendor.

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Fabri ha vivido mucho. Y ahora recuerda a Piterman, que lo metió en su rueda de despropósitos, le anunció una destitución justo antes de un partido y se desdijo luego porque ganaron cinco a uno. Quince días después fue Fabri el que se marchó. "Cuando me tocó los cojones me fui. Era un enorme ventajista, un personaje. Un pillo que supo sacar dinero al fútbol y con el que tuve una vivencia que me ha aportado mucho". Todo suma para Fabri, un tipo curtido que al final muestra su cara más vulnerable, la del que ha padecido por la pelota, cuando lanza una súplica al periodista antes de seguir de ruta por Granada: "Tráteme bien".

Fabriciano González, entrenador del Granada, en la sala de trofeos de las oficinas del club.
Fabriciano González, entrenador del Granada, en la sala de trofeos de las oficinas del club.M. ZARZA

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