Me pido un filete empanado
CASA FIDEL apuesta por los sabores tradicionales en Madrid
Las mesas del restaurante favorito de Nacho Duato se visten con manteles a cuadros. La carta, apuntada con tiza en una pizarra, incluye croquetas y ensaladilla rusa. Zancarrón con patatas, ventresca y foie con higos son otros de los platos de cocina tradicional castellana que se sirven en Casa Fidel, en el barrio madrileño de Malasaña.
La filosofía del restaurante es trasladar al público la cocina que se ha preparado siempre en los fogones de las casas. La falta de tiempo, de educación o de paciencia han convertido los platos tradicionales casi en cocina exótica. "Aparte de que puedas tomarte un filete empanado fantástico, una de las cosas que más me gustan del sitio es que no tiran de diseño ni de chorradas", cuenta Duato en un descanso del ensayo de la Compañía Nacional de Danza, que dirige. "Me atacan los restaurantes demasiado de diseño. El diseño hay que dosificarlo, que se lo dejen a Philippe Starck".
Otro de los elementos que valora el bailarín y coreógrafo es que el restaurante sea "un sitio muy tranquilo; el ambiente es familiar". El espacio resulta pulcro, desnudo, sin más decoración que su decena de mesas y las losetas de los años cuarenta que conserva de la tasca original. Los platos de la carta no suben de 15 euros, y el menú del día cuesta 10,50 euros. Abre de lunes a sábado y sirve comidas y cenas. La cocina por la que apuesta la copropietaria y jefa de cocina, Teresa Álvaro, sigue el mismo principio de sencillez. Callos y chipirones con arroz son callos y chipirones con arroz. Lo que se come es lo que se ve.
Cambio de barrio
Casa Fidel nace del reencuentro de Javier Velasco con la cocina popular. El empresario, dueño de la tienda de ropa L'Habilleur en la plaza de Chueca, pasó hace un par de años por la tasca, propiedad de un matrimonio mayor, y vio que estaba a la venta. Le gustó y pensó que era una oportunidad para llevar al público los platos que siempre había comido en su casa. Velasco ha sido uno de los grandes animadores de Chueca. Con el restaurante sale del barrio y se asoma a Malasaña, el corazón del rock madrileño. Su propuesta no desentona con el aire sobrio del barrio. El público mayoritario lo componen vecinos. "Pero también va mucha gente del mundo de la cultura, del teatro, el cine... Es fácil que puedas coincidir allí con la ministra de Cultura", añade Duato.
En estos momentos, el artista valenciano tiene pocos días para pasar por el restaurante -al lado de la plaza de San Ildefonso, en la calle del Escorial, 6- y pedir su plato favorito: confit de pato. Justo ahora regresa de Nueva York tras dar en el Guggenheim una charla sobre su trayectoria como bailarín y coreógrafo. Y no descansa: el 25 de junio estrena en la Zarzuela el espectáculo que celebra el aniversario de su llegada al Ballet del Teatro Lírico Nacional, que refundó como Compañía Nacional de Danza. "Y después saltamos a Moscú", anuncia. Allí, en el Bolshoi, finalizará su última gira con la Compañía, en el mismo teatro en el que arrancó su primer tour internacional.
Para trabajar debe permanecer en forma, pero a Duato no le supone ningún conflicto comer confit, croquetas o cocido. "No cuido eso nada. Es cierto que no tomo postres, ni chocolates, pero no es por la línea. De hecho, yo siempre estoy intentando engordar". Duato se pierde la repostería (tartas, milhojas...), uno de los orgullos de la casa, pero ni se le pasa por la cabeza renunciar al pan. "Es casero, una delicia. El pan es imprescindible para una buena comida", explica.
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