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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los buzos también leen

Manuel Rodríguez Rivero

Sobre la gente no hay secretos en la Feria del Libro de Madrid (FLM). Me refiero a la gente de carne y hueso, no a su cómputo estadístico. Ahí están las masas ("la muchedumbre", como también las llamaba Ortega, siempre un punto engolado), abarrotando el paseo de Coches, curioseando la mercancía en las clónicas casetas (sí, ya sé, hay excepciones), contemplando con arrobo, curiosidad o desdén a los autores firmantes como si se tratara de sucesivas encarnaciones del Gran Escritor (sin acepción de género): aquella entidad cuya existencia quedó en entredicho después de que Barthes se refiriera a la death of the author en una revista estadounidense (Aspen, 1967), quizás con la intención de dar el espaldarazo francés (con dos décadas de retraso) a la muy norteamericana teoría de la "falacia intencional" del New Criticism, según la cual saber que un escritor es, por ejemplo, fascista, no debiera tener efecto alguno en la consideración literaria de su obra (que se lo pregunten, verbigracia, a Giménez Caballero). A estas alturas, la FLM ya ha franqueado su ecuador cronológico y está a punto de doblar su Cabo de Hornos: tropicalidad y calor no le faltan, a pesar de que alguno pensara que los nórdicos, apoyados en una inteligente campaña promocional, traerían aire fresco. En fin, que los feriantes empiezan a mostrar signos de cansancio. Mírenlo desde su punto de vista, por favor: desde dentro de las casetas se ve a la gente de otro modo, sobre todo en los ratos en los que la venta desciende y el mercurio del termómetro hace lo contrario. Algún librero amigo (aún los tengo, créanme) me confiesa que, a veces, en el calor del domingo, le asaltan los espejismos: la sobrevenida canícula le hace añorar el frescor del mar y ver, entre los mirones, buzos provistos de sus correspondientes trajes de neopreno, gafas submarinas y tubos respiratorios. Pero no hay que buscarle tres pies al gato: como enseña el principio de parsimonia (también llamado la "navaja de Ockham" en honor al sutil doctor nominalista), cuando existe la posibilidad de una explicación sencilla puede ser un error inclinarse por la complicada. De manera que si Arturo Pérez-Reverte, por ejemplo, vuelve a la feria -esta vez en jaima, como Gaddafi- tras 13 años y muchas novedades ausente, no es porque El asedio necesite un empujoncito para despegarse en ventas de los libros de sus perseguidores (y sobre todo de Dime quién soy, de Julia Navarro), sino porque a su autor, que es buen navegante, le ha apetecido la travesía. En todo caso, y más allá de lo que cada uno cuente de la feria, seguro que el resultado (¿habrá cifras, aunque sean inventadas?) no será malo. O, al menos, no tan malo como el de la ya extinta feria del libro infantil Leer León cuya fundación, a pesar de que el evento lleva dos años sin celebrarse, sigue recibiendo subvenciones (BOE del 22 de mayo: 135.000 eurillos) para "contribuir a su saneamiento financiero". Aquel disparate ferial, diseñado con pretensiones "internacionales" en la antigua ciudad castellana para halagar a quien yo me sé y usted, improbable lector, también, fue un absoluto despropósito que algunos denunciamos desde el primer momento. Ahora nadie quiere acordarse de todo aquello (ring, ring, ¿es ahí la Dirección General del Libro?): ni la menor autocrítica, ni la menor cabeza cortada, ni el menor grano en el culo de sus perpetradores. La vida, que es una auténtica feria. Con y sin libros.

Vampiros

Cometí hace unos meses un descuido (otro más) y atribuí a Siruela un libro publicado por Atalanta. Como se sabe, el fundador, propietario y director del primero de los sellos fue más tarde todas esas cosas también del segundo, donde sigue ejerciendo el oficio que más le divierte (espero). En todo caso, en ambos catálogos ha dejado su huella y su gusto, algo de lo que no muchos editores pueden presumir. A Jacobo Siruela no le gustó nada mi error (ni a mí tampoco) y me lo hizo saber. Ahora, las cosas de la vida, recibo de Atalanta la reedición (revisada y modificada) de Vampiros, un libro que publicó por primera vez en 1992 en Siruela y reeditó (todavía su primer sello le pertenecía, pero supongo que ya no tanto) en 2001. Como en sus dos avatares anteriores, la edición y selección que ahora publica Atalanta es del propio editor: y, en conjunto, sigue siendo la mejor antología disponible en castellano acerca de la formación y evolución de un mito cuya importancia no ha dejado de crecer desde que Bram Stoker le proporcionó su formulación más acabada (Drácula, 1897). Más actual que Don Juan y que Robinson, menos complejo que Fausto o Don Quijote, el vampiro se ha convertido en uno de los mitos fundamentales de la cultura popular. Igual que en la versión anterior, algunos capítulos o relatos han sido sustituidos por otros, por lo que en mi biblioteca voy a conservar las tres, que lucen muy bien juntitas; entre las últimas incorporaciones he disfrutado particularmente con el cuento de August Derleth, a quien desde hace años debo deliciosos escalofríos. En cuanto a mis descuidos, como les ocurre a esos individuos promiscuos que tienen la gran suerte de que sus amantes compartan nombre (evitándose el imperdonable tropiezo de cambiárselo en el éxtasis de la pasión), en este caso la equivocación casi no se notaría. En todo caso, si no lo escribo cien veces en esta pizarra es porque me echarían de Babelia, pero lo haré tres: el libro lo ha publicado Atalanta, Atalanta, Atalanta.

Catarata

Los viejos maestros aseguran que de casi todo se puede hablar con menos palabras. Ese ha sido el objetivo de las grandes colecciones de divulgación. Recuerdo especialmente una que fue importante en mi formación: la publicaba Presses Universitaires de France (PUF) y tomaba su nombre, Qué sais-je? (¿qué sé?), de una pregunta que se hacía Montaigne a propósito de la poquedad de la sabiduría humana. Se fundó en 1941 y ha publicado hasta la fecha más de 3.800 títulos de bolsillo que, juntos, constituyen probablemente la más extensa enciclopedia contemporánea del saber. Con ese modelo teórico más o menos consciente se ha diseñado la estupenda colección de divulgación científica ¿Qué sabemos de?, publicada por Catarata en coedición con el CSIC, institución en la que investigan los autores de las muy legibles monografías. De entre sus primeros títulos me han interesado especialmente Las matemáticas del sistema solar (por Manuel de León, Juan Carlos Marrero y David Martín de Diego) y El calamar gigante (de Ángel Guerra y Ángel F. González), un bicho que me ha fascinado desde la versión cinematográfica de 20.000 leguas de viaje submarino, de Richard Fleischer (1954), con el inolvidable James Mason, haciendo de Capitán Nemo (una especie de intelectual de izquierdas de guerra fría), y Kirk Douglas, en el papel del graciosillo reaccionario (pero corajudo) Ned Land. Los otros títulos se ocupan igualmente de asuntos apasionantes, como Los neandertales, Las matemáticas y la física del caos, o Titán, el misterioso satélite de Saturno (ya lo tengo haciendo cola en la mesilla de noche). Ya ven: a saber, que son dos días.

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