Jaque al rey (del Kremlin)
El ajedrez, con la brillante interrupción del norteamericano Bobby Fischer, es cosade rusos. La URSS lo usaba como arma propagandística en la guerra fría, pero hoy el juego vive un clima de guerra civil en la pugna, siempre entre rusos, por la dirección del ajedrez mundial.
La FIDE, la federación internacional de ajedrez, lleva 15 años bajo la dirección de un paniaguado del Kremlin, Kirsan Ilyumzhinov, ruso, millonario, y gobernador de la región de Kalmykia, que afirma haber sido abducido por extraterrestres que aparecieron en el balcón de su casa con trajes espaciales amarillos
y se lo llevaron de paseo. Y añade, para que nadie dude de su estado mental, que se ha reencarnado 69 veces. Ante él se alza el también ruso y ex campeón mundial Anatoli Kárpov al frente de la más nutrida falange de grandes jugadores presentes y pasados, entre los que se halla Gari Kaspárov, retirado hace cinco años, y con quien Kárpov sostuvo en los ochenta un titánico duelo por la corona mundial. Los dos habían estado extrañados durante años, pero han firmado la paz -dicen- para salvar el ajedrez de la irrelevancia en la que lo ha sumido Ilyumzhinov.
Las elecciones a la dirección de la FIDE se celebrarán en septiembre con el concurso de 165 países y Kárpov asegura tener el respaldo de EE UU, Francia y Alemania. Kirsan Ilyumzhinov termina su mandato este año y se especula con que el primer ministro ruso, Vladímir Putin, quiere relevarlo al frente de Kalmykia, pero para seguir teniéndolo amarrado pretende conservarle al frente de la FIDE como premio de consolación. Y para ello las autoridades no vacilan en recurrir a métodos soviéticos, como echar, el viernes de la semana pasada, a los empleados de la Federación de sus oficinas en Moscú.
El argumento de Anatoli Kárpov es que en 2010, en la capital búlgara, Sofía, se ha proclamado campeón del mundo Viswanathan Anand, un indio afincado en España, y solo los aficionados son conscientes de ello. En cambio, a él se le conoce en todas partes.
Para Kárpov, el ajedrez debe recobrar la épica incruenta de las 64 casillas; volver a ser, si no exactamente un deporte, sí, como lo fue hace un cuarto de siglo, un duelo supremo entre culturas.
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