La mano invisible no existe
Aún recuerdo con una sonrisa cuando Díaz Ferrán pedía un paréntesis en la economía de mercado, pero en realidad se equivocaba. Si se refería al funcionamiento del sector financiero, al mercado financiero, al mercado que de manera ejemplar se aproximaba más que ningún otro a ese libre mercado de la mano invisible en el que todos los oferentes y demandantes tienen una relevancia o tamaño tales que no pueden afectar al precio de equilibrio y entre otras características la información es perfecta; es decir, todos los participantes en el mercado saben lo mismo sobre este y dado su tamaño no tienen ninguna capacidad para influir en él.
En este mercado de libro aparece un ente inmaterial, etéreo, la mano invisible. Una bella metáfora que hace referencia a esa fuerza de muchos, pero ninguno en concreto, que acaba "ajustando el mercado". Es obvio que Adam Smith no se merece que llamen y concedan la categoría de mano invisible a cuatro o cinco empresas, bancos o individuos que pueden alterar en cualquier momento las cotizaciones en Bolsa, los intereses a pagar por la deuda soberana, o el valor de cualquier producto con el que quieran especular o intervenir en el mercado.
La mano invisible o el mercado, ese ente no identificado, sin responsabilidad ni identidad humana pero que tiene impulsos vitales que exigen a los ciudadanos sufrimiento, ajustes, pagos... No existe. Esa entidad formada por hombres (no identificados) pero que ha adquirido vida propia, tan parecida a la que conoció Stein-beck y relató en Las uvas de la ira. Siento decirle que no existe, no existe tal magia, tal ente. Son personas, unas pocas pero que pesan más que muchos millones de ciudadanos y sus votos.
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