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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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Europa federal

Josep Ramoneda

La crisis vuelve a poner la cuestión europea en primer plano. Algunos -Jürgen Habermas, por ejemplo- han visto en el ya famoso domingo de la alta tensión en que se ordenó en Bruselas un ajuste general y sin contemplaciones un paso esperanzador hacia un verdadero Gobierno europeo; otros -Etienne Balibar, por ejemplo- hablan de la muerte de Europa como proyecto político. Europa está de nuevo en primer plano. El protagonismo de los países emergentes en la escena internacional, sumado al desdén hacia Europa que Obama mostró al inicio de su singladura, ha contribuido a que se tomara conciencia de que los Estados europeos, cada uno por su parte, están condenados a perder voz en los asuntos del mundo, por mucho que Francia siga considerándose portador de la verdad universal, y Alemania, referente de la moralidad del capitalismo. Para que estos discursos no queden en soliloquios de consumo interno, hay unos requerimientos de tamaño, de capacidad, de potencia, que solo una Europa unida puede cumplir.

Y sin embargo, Europa, más de actualidad que nunca, es hoy portadora de señales diversas e incluso contradictorias. Europa puede ser, sí, una señal esperanzadora de un futuro europeo más articulado, en el que las crisis puedan preverse y defenderse mejor. Pero, después del sobresalto del ajuste radical, también es el miedo: la coartada para imponer medidas que los Gobiernos de cada país se resistían a dictar. "Europa me obliga", es un argumento que utilizan tramposamente los que son parte de la decisión europea, para buscar la comprensión de los ciudadanos y atemperar de este modo sus responsabilidades. Y Europa es a la vez el mensaje de la impotencia de la política ante los mercados. Porque ha sido la presión de estos la que ha hecho que a Europa le entraran todas las prisas. Y porque se habla mucho de regulación, de control de las instituciones financieras y de los movimientos especulativos, pero a la hora de la verdad se impone el ajuste que estos piden y en los términos en que lo piden.

El desafío europeo es de envergadura: ¿es posible construir un sistema federal de nuevo tipo a escala continental? Esta es la cuestión. ¿Es pensable la existencia de un Gobierno federal con presupuesto suficiente para actuar e intervenir en las situaciones de dificultad de los Estados? ¿Se es capaz de desarrollar los mecanismos democráticos necesarios para que este sistema pueda funcionar? Si a escala española, con muchos años de convivencia, ha sido imposible construir un Estado federal, ¿entra dentro de lo realmente posible conseguirlo a nivel europeo? Los países europeos son tan densos en historia y están tan repletos de cargas identitarias, que la tarea, por muy lógica que sea, chocará con las complejidades de los intereses creados y de las economías del deseo de cada país, que son susceptibles de ser explicadas, pero no forzosamente racionales, contra lo que piensa la ideología económica dominante. El paradigma es Estados Unidos, pero los Estados americanos no llevan las cargas que vemos en las anchas y trabajadas espaldas de los Estados europeos.

De momento, lo que se ha conseguido es un ajuste masivo. Es decir, que se empieza por lo duro. A veces es una buena manera de empezar: si se consigue funcionar a las malas, puede ser más fácil avanzar cuando lleguen las buenas noticias. Los clichés que tanto dividen Europa han extendido la idea de que los problemas estaban en el sur mediterráneo, lugar dado a la buena vida y a una cierta relajación en el esfuerzo. Y se ha querido hacer creer que el desastre se centraba en Grecia, España y Portugal, y en cierta medida Italia. Pero en la práctica todos los países europeos se han puesto a trabajar en el ajuste generalizado. Incluso Francia, donde Sarkozy acaba de romper el tabú de la jubilación a los 60 años. De la salida de la crisis dependerá en parte que el proceso europeo avance o que entre en estado de melancolía.

La construcción federal de Europa sólo puede ser fruto de un pacto político de gran calado. Para ello hay un obstáculo mayor: la desintegración ideológica de la izquierda resta interlocución a una parte muy importante de la cultura y de la sensibilidad política europea, con lo cual el riesgo de construir una Europa demasiado decantada es muy grande. Europa no puede perder los encantos que hacen que sea el deseo de tantos pueblos. De momento, hay que ver cómo se superan los ajustes. En el caso de España, el ajuste aparece como la OTAN de Zapatero. ¿Sabrá salir del embrollo, de la deslealtad de la derecha española, que, como entonces, ha optado por el ventajismo, o quedará tocado a la espera del hundimiento definitivo?

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