Cans contra Cannes
Cuando Luis Tosar imprimió su huella en el recién inaugurado paseo de la fama en el atrio de la iglesia de Cans ?na aldea de Pontevedra con 450 vecinos? una joven santiaguesa tiró de retranca: "En Galicia somos tan desconfiados que, en vez de estampar la mano entera, sólo metemos en el cemento la punta de los dedos". Tópicos al margen, lo que queda de Tosar en el suelo de la plaza es una impronta similar a la de un perro. Porque esto es Cans ?ue no Cannes? la séptima edición de un festival de cortometrajes ya consolidado hasta el punto de que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas reconoce el certamen como uno de los que dan acceso a la preselección de los Goya.
Lo que nació hace casi una década como una broma entre vecinos ("nosotros también queremos un festival de Can[ne]s"), la Asociación Cultural Arela y el creador audiovisual Alfonso Pato lo hicieron posible. Hoy cuenta con un presupuesto de 70.000 euros entre recursos propios y patrocinios públicos y privados. En Cans, el cine se proyecta en los bajos de las casas de sus paisanos, las alfombras rojas cubren los campos de la aldea, el chimpín (un tipo de tractor) se convierte en el medio de transporte oficial, las tertulias se organizan en las fincas del lugar y hay un premio Pedigrí (este año, para el actor Ernesto Chao) y un galpón friki para ver las películas más raras. Allí donde la música se toca hasta en los gallineros, y a 30 grados bajo el sol, un neófito Coque Malla improvisa un acústico junto a Iván Ferreiro subido a un pozo. Y pone cara de póquer cuando se le pregunta por el concepto agroglamour. "Esto es algo loco, valiente, divertido", acierta a decir. Tosar también canta junto a su grupo The Ellas.
Silvia Superstar, protagonista del primer grelos-western de la historia, Naipe de Sangue, de Federico Lafuente, llega al estreno en una carroza de caballos. Y el documental O mono Paco, de Piño Prego y Guillermo Souto, se mete al público en el bolsillo. La cinta narra con humor la historia de un primate del zoológico de Vigo que en los ochenta provocó un conflicto entre políticos, grupos ecologistas y feministas debido a su adicción al sexo. Entre las novedades de esta edición, un jurado popular compuesto por vecinos. Divina Campos tiene 77 años y es panderetera. Como portavoz del tribunal, confiesa: "Trabajar no trabajamos mucho. Yo no tengo ni idea de esto, pero me gusta, porque así aprendo algo nuevo". Eso sí, dice que algunos cortos los habría hecho de otra forma. Cosas de Cans.
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