La herencia onírica de Chaplin
En En el circo invisible, Victoria Chaplin y Jean-Baptiste Thiérrée, su esposo, creaban un circo interior habitado por mujeres nenúfar, magos desastrados y dragones chinos surgidos de la nada. En El oratorio de Aurélia, la hija de Oona O'Neill y del creador de Charlot propone un viaje al otro lado del espejo, de la mano de su hija Aurelia, actriz atleta en la tradición de los cómicos del cine mudo.
En este oratorio onírico hay un perseguidor y una mujer escurridiza, al revés que en la novela de Lewis Carroll donde Alicia corre tras un estresado conejo blanco. Aurelia es inaprensible. Vive desmembrada en los cajones de una cómoda, trepa por los telones del teatro como Dou-glas Fairbanks por los mástiles de su barco pirata y, allí arriba, soporta una galerna que convierte la caja escénica en velamen zarandeado de un zozobrante bergantín. Cuando vuelve la calma, se queda dormida, y en la telaraña de los sueños pierde un pie y una pierna que ella misma recompone pacientemente al ganchillo.
EL ORATORIO DE AURÉLIA
Creación y dirección: Victoria Thierrée Chaplin. Luz: Laura de Bernadis y Philippe Lacombe. Intérpretes: Aurelia Thierrée y Jaime Martínez. Teatro Español. Del 20 al 30 de mayo.
Victoria y Aurelia Chaplin materializan visiones que harían las delicias del joven Magritte: esa sombra negra que camina erguida mientras la persona que la proyecta se desliza suave y acompasadamente a sus pies es la metáfora exacta de un mundo al revés. Otrosí surreal: el número donde una cometa pegada a tierra hace volar a la persona que debiera hacerla volar a ella. En El oratorio de Aurélia hay imágenes que valen por mil palabras, otras esbozadas pero no conseguidas del todo, una magia envolvente cuyo revés se nos muestra sin romper la ilusión y algún número trepidante, como el tango bailado por la protagonista con Jaime Martínez, su partenaire, mientras luchan a compás por la posesión absoluta de un largo gabán reversible compartido.
Si los ponemos en perspectiva, en los espectáculos de la familia Chaplin resuena el eco de los que protagonizara el abuelo Charles en la compañía de Fred Karno, antes de convertirse en Charlot: son variedades trascendidas por la limpieza de la puesta en escena y por el hecho de que sus polifacéticos intérpretes asumen todos los números con una resolución de muchos píxeles por pulgada: Aurelia se desenvuelve con hondura poética por tierra, mar y aire. Entre lo mejor, el número de amor y muerte en el que ella es marioneta de un retablillo, con los títeres como espectadores. Ese final, donde un tren de juguete atraviesa repetidamente su vientre, es de muchos quilates. En el conjunto, lo original y la tradición se entreveran con conocimiento de causa. El público del estreno aplaudió largamente a la pareja y a las tres chicas que mueven los hilos en la penumbra.
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