Springfield, ciudad del rock
Matt Groening, creador de Los Simpson y una de las personas que más honda muesca han mellado en la pistola de la cultura pop, no sabe coger correctamente el rotulador. Sus dedos, fofos como la barriga de Homer, envuelven en un amasijo de carne un trazo cientos de veces repetido. Un ritual que permaneció inalterable durante el fin de semana del festival All Tomorrow's Parties (ATP) que el dibujante comisarió recientemente en Minehead, agradable pueblo costero y del suroeste de Inglaterra. Un fan se acerca al genio con un afiche, una servilleta o uno de esos carteles oficiales que desaparecen a la velocidad del rayo en cuanto el dibujante asoma. Groening lo escruta y escoge cuál de los simpáticos miembros de la familia se ajusta a la primera impresión que el entusiasta le causa. Se lo dibuja y escribe: "De tu amigo Matt. Butlins, 9-11 de mayo de 2010".
El fin de semana, que empezó con la inesperada aparición de Groening en el recinto poco antes de que Iggy y algo que Iggy llama sin rubor The Stooges interpretasen el clásico Raw power, se fue básicamente en firmar y en escabullirse de los cronistas. Finalmente, Groening accedió a una conversación al fondo de la barra del bar mientras The Raincoats, la mejor peor banda de chicas del mundo, ofrecía el penúltimo recital del programa. "Esto se parece mucho a una convención de cómic. Firmar y firmar. ¿Cuántas veces? ¿Unas quinientas?".
Pese a que últimamente resulta más fácil toparse con un comisario artístico que con uno de la ley, merece la pena explicar cuál era el exacto cometido de Matt Groening aquí. El dibujante había elegido personalmente las bandas que forman un cartel ecléctico y brillante, así como su orden de aparición sin sobresaltos, con suficiente tiempo para andar tranquilamente de un concierto a otro. "Claro que conozco a todos los grupos", explica. "Hay un par sobre los que me he dejado aconsejar por mis hijos de 18 años. Como esos chavalitos de The XX".
Y aunque hay algo intrínsecamente erróneo en destacar la comodidad en un festival de rock como su gran virtud, lo cierto es que ésa es una de las ventajas del ATP de Minehead. Se celebra en realidad en algo llamado Butlins, especie de holiday camp y orgullo nacional para hooligans ingleses que emerge ajeno al pueblo y como un grano de pus al final de la playa. Camp se emplea aquí en su doble acepción. Como autosuficiente recinto para las vacaciones y del modo en que Susan Sontag definió la palabra en su clásico Notas sobre lo camp. El complejo de bungalós que pretende evocar California a base de bautizar sus calles con nombres como estanque de los cocoteros o muelle de la plantación es cutre, pero divertido; aterrador, aunque estimulante. Todos los asistentes al festival (unas 4.000 personas entre niñatos de Londres con demasiada información, colgados ciegos de éxtasis casero y monadas con gafotas) se alojan en casitas con problemas de cañerías y manchas sobre las que es mejor no pensar demasiado.
Escoger a un tipo o a una banda de relumbrón para que éste arme el cartel es la rentable costumbre de un ATP que aquí se celebra cuatro veces al año desde hace más o menos una década (hay sucursales en Nueva York y Los Ángeles). El sistema crea especiales vínculos entre el público y las bandas y entre los invitados y el comisario. Como reconocían Sonic Youth en la pasada edición (en diciembre, comisariada por My Bloody Valentine), no es fácil "negarse a venir si un amigo te ha invitado a su fiesta por más que el caché sea menor". Esto propicia casos excepcionales como el del trío de rock de vanguardia de Chicago Shellac, que ha participado en más de setenta eventos ATP, incluidas puntuales visitas al escenario que la promotora de Barry Hogan monta todos los años en el barcelonés Primavera Sound.
"En 2003 me pidieron que montase un cartel en Los Ángeles. Todo lo que sabía del festival es que tomaba el nombre prestado de una canción de The Velvet Underground", recuerda Groening. "Y yo siempre los he odiado porque empujaron en los sesenta a un montón de mis amigos a la heroína". Esta vez, el dibujante fue capaz de contar una historia que tuvo mucho de capítulo de Los Simpson (como aquél en el que Homer se embarca en el festival itinerante Homerpalooza, por ejemplo). El cartel funcionó con la precisión dramática de uno de sus perfectos artefactos televisivos. Contó con tres tramas fundamentales: el rock experimental, la música africana ("la única que realmente me interesa ahora mismo") y últimas novedades como She & Him, cuya cantante, el sueño hecho realidad de Zooey Deschanel, se preguntó ante la visión del auditorio principal, una especie de centro comercial con puestos de comida rápida, casino y mariposas fluorescentes: "¿Acaso hemos muerto y ascendido al cielo del kitsch?".
Tampoco faltó casi ningún habitante de Springfield. El vecino de abajo ofrecía "cigarritos y cervecitas" a la Flanders, Joanna Newsom tocó el arpa como la espabilada Lisa, Daniel Johnston daba tumbos como Barney, y Randy, cantante de la mítica banda de rock sin rostro The Residents, se asemejaba, en una de sus extrañas apariciones, al bueno de Montgomery Burns. E igual que en todo capítulo de Los Simpson, también hubo un momento en el que pareció que nuestra suerte cambiaría para siempre solo para descubrir el lunes por la mañana que, ¡mosquis!, todo seguía igual en Springfield.
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