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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vergüenzas propias y ajenas

En un teatro semivacío (50 o 60 butacas ocupadas de 400 en la Sala Verde), la escenografía modular en imitación de sillares modelando muros quería dar la agobiante sensación de aislamiento (pensemos generosamente en Tordesillas). El agobio llegó pronto pero no precisamente de mano de la arquitectura.

Hay que decir que sobre gustos sí hay mucho escrito, y que la obra traducible en su título como Género oblicuo carece de él, resulta prácticamente insufrible, tediosa, sin ritmo ni progresión; al parecer, está concebida sobre unos presupuestos que citan a Juana la Loca, personaje histórico que sirve para un roto y un descocido, para un sainete y para una tragedia. La obviedad de los textos llenos de repeticiones osa rozar la humorada. El resultado es siniestro: ni nadie se ríe ni en el patoso escenario se explica.

El Festival de Otoño enfanga aún más el panorama de la danza española

Parece que este festival es de los actores franceses que hablan mal el castellano. En realidad no lo hablan, simulan paródicamente lo que dicen sin comprender acentos o significados. Y los hispanohablantes del reparto de la compañía se empeñan en encubrir cualquier corrección lingüística con acentos histéricos o con giros exóticos. Es ridículo. Roza lo patético, siendo malos bailarines y peores actores.

Una chapuza de banda sonora hace correr una fanfarria y un trompetista en directo desafina a placer, no logran acoplarse. Luego un tamborilero que no sabe tocar el tambor se aplica en hollar el cuero. Esta obra mueve la vergüenza ajena y la propia, su estética es vieja, reiterativa y absurda con un halo de pretensión intelectual y de dramaturgia inconsistente que llega al colmo cuando una artista intenta tocar las castañuelas y vuelve a repetirse lo de la semana pasada en el circo Price, pero en peor, si cabe: una hiriente ridiculización, espuria hasta burda, del quejío y del cante flamenco que ni viene a cuento y tiene mucha retranca.

Tal es el calibre del fasto que surgen varias preguntas que hay que hacerse de una vez por todas: ¿Quién engaña a quién? ¿Quién se lucra del desconcierto de esta gestión? Como no hay casi público justiciero ¿ante quién rendir cuentas, a quién se enfrentan programadores, representantes y otros intermediarios? ¿Hay un responsable además de unos listillos? Mientras la escena de danza española languidece, se fagocita a sí misma, se mira el ombligo o nada contracorriente en su demagogia, el Festival de Otoño se encarga de enfangar aún más tan sombrío panorama.

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