Rafael Sanus, un obispo sin miedo a la libertad
Era -sigue siéndolo- un extraño espacio sin ubicación definida. Me refiero al Colegio Mayor San Juan de Ribera, en Burjassot (Valencia) . Nació a principios de siglo desde aquella visión católica que pretendía formar a chicos -¡aún no es mixto a estas alturas!- "pobres, católicos e inteligentes" para superar la lucha de clases. Fue allí donde tuve la suerte de conocer a Rafael Sanus, obispo auxiliar emérito de Valencia, que falleció el jueves, 13 de mayo, en su casa de esta ciudad a los 78 años.
El nacionalcatolicismo franquista tenía entonces ya poco que decir. Mediaban los años sesenta y se imponía pasar de aquella vieja cultura dual y excluyente a otra plural y dialogante. Y ahí cobra relevancia la figura de Sanus. Talante y saber envueltos en impoluta sotana. Sensibilidad por la cultura, pasión por el conocimiento científico, lucha por la razón y, sobre todo, sentido de la mesura, una virtud en desuso hoy, especialmente en política. A su través aprendimos a leer a Sartre y a la vez a Popper, a disfrutar con Beatles, Rolling o Dylan y con Vivaldi, Mozart o Mahler. E incluso con Marx y Baez. Y a ver cine, aunque no tanto por Resnais sino por Teresa Gimpera, también de Alcoy, donde él nació, y por ello tan elogiada por Sanus.
Lo marginó el actual cardenal García-Gasco y dimitió de su puesto en la jerarquía
No es que no hubiera contradicciones, es que él transmitía su gusto por integrarlas, su pasión por quererlas. Sus leves consejos, sus sutiles indicaciones y su ninguna dirección fueron escenario del rito iniciático para muchos no sólo en el oficio de estudiar, sino en el aprendizaje de los valores de la diversidad, del compromiso con la pluralidad; del amor, sin miedo, a la libertad.
No es baladí que me refiera a su sentido de la mesura y a la política. Muchos valencianos son conscientes de cómo contribuyó a asentar el autogobierno vía mediación con la sociedad civil e institucional. Por valencianista, sí -su defensa de la lengua es bien conocida-, pero sobre todo por demócrata. De hecho, se negó a apoyar los intentos de beneficiarse de la marca cristiana. No en vano era amigo y heredero de Tarancón y, desde luego, la más clara expresión de lo que significó Juan XXIII y el Vaticano II.
Por eso causó perplejidad, años después, verlo marginado por un arzobispo, el actual cardenal Agustín García-Gasco. Dimitió como obispo auxiliar de Valencia, cargo desde el que fomentó una relación estrecha con sacerdotes y párrocos, con la base de la Iglesia, que consideraba olvidada por la jerarquía. Fue un acto de razón, pues capítulo de la razón crítica es atreverse a decir "no". Pero su retirada de la vida social supuso para la Iglesia la quiebra del poder de la mediación. En su búsqueda están. Despreciar la tolerancia, el diálogo y la moderación es expresión de retrocesos históricos.
No negaré que los últimos años le causaron desconcierto. Un hombre conservador como él, homenajeado por la izquierda eclesial y civil (léase el libro-homenaje de Saó) y ninguneado por la derecha gobernante, pero a la vez asustado por el radicalismo ocasional de Zapatero y, sobre todo, y como tantos, desbordado por una realidad donde lo que él representó ocupa lugares secundarios, matizó sus humores. El nuevo arzobispo, Carlos Osoro -todos han celebrado que ocupe la sede una persona humana- le dio calor y amistad. Para quien hizo de la cordialidad teología, supuso un eficaz bálsamo. Con todo, sus últimas voluntades le reintegran en lo que siempre fue. Renunció a ser enterrado en la catedral y prefirió reposar en su entrañable Alcoy, desde donde podrá ver alguna que otra entraeta. Para quienes no creemos que el cielo esté en otra parte, aunque a veces sí que el infierno esté entre nosotros, con su muerte se nos ha ido un trozo de cielo.
Joaquín Azagra, ex consejero de Administración Pública del Gobierno valenciano por el PSPV-PSOE, fue colegial del Colegio Mayor San Juan de Ribera.
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