Elegía luminosa
Tiempo de vida, el nuevo libro de Marcos Giralt Torrente, aborda un tema universal. Todos, en algún momento de nuestras vidas, tenemos que enfrentarnos no sólo con la memoria de nuestros padres, sino con sus fantasmas, según hayamos procedido de una forma u otra. O según consideremos que nos afectó su influencia o falta de ella. Y todos tendremos que afrontar tarde o temprano su muerte. Giralt Torrente bordeó este delicado y crucial asunto en sus novelas París y Los seres felices. Pero lo hizo desde una instancia ilusionista, desde la exigencia de la representación novelística. A la postre, un ejercicio estilístico entonces de alta competencia narrativa y calado emocional. Pero era ficción. Sus materiales, independientemente de sus procedencias más o menos biográficas, tenían para el lector un destino estético. Ahora, en Tiempo de vida, aquellos asuntos imaginarios se han trocado en verdad humana, recuento vital, ajuste de cuentas consigo mismo. No hay culpables. No hay rencor. Pero se han cometido errores que no hacen sino enfatizar el costado conmovedor que tiene la confesión.
Tiempo de vida
Marcos Giralt Torrente
Anagrama. Barcelona, 2010.
200 páginas. 17 euros
Puede llamar la atención la preocupación casi documental del autor. Nos detalla los libros y títulos que ha leído para iniciar su elegía. Porque en el fondo se trata de eso. De una elegía. ¿Entonces qué función desempeña la información casi bibliográfica? Evidentemente no puede ser otra que el cuidado formal, la transfiguración literaria ante el dolor de la pérdida, del tiempo perdido para el abrazo, la conversación, la sencilla comunión de un instante entre un hijo y su padre. En Tiempo de vida, Marcos Giralt Torrente salda lo que él cree que es una deuda. El tiempo de los reproches. Del abandono. De los malentendidos. De la incomprensión. Y lo hace de la manera en que su padre más lo hubiera agradecido. Con la escritura. Implacable y luminosa. El autor madrileño sabe que precisamente en esta dolorosa circunstancia, la forma es más necesaria que nunca. Todas las vidas puede que se reduzcan a esto, se nos sugiere desde el fondo de sus páginas: ser un buen padre, un buen hijo. Comprender. Saber arrepentirse. Y, sobre todo, no juzgar. Pero todo ello sería hojarasca sin la intervención de las palabras justas. Por ello Marcos Giralt Torrente apela a una sentencia de Nietzsche: "Contamos con el arte para que la verdad no nos destruya".
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