¿Que no pasa nada?
Es probable que cuando el lector se encuentre con estas líneas ya se haya despejado el panorama que en ellas se plantea, pero aún así vamos a dar un poco la vara. La hipótesis de que aquí no pasa nada se ha ido el carajo en un santiamén, nunca mejor dicho, y Francisco Camps y los demás no salen limpios de polvo y paja de su comparecencia ante los jueces. En este caso, además, buena parte de los presuntamente imputados cuentan entre sus hábitos los de la comunión diaria, así que se les supone confesados y absueltos por su cura párroco. ¿Y de qué mayor influencia que la de estirpe divina, aunque sea por delegación, podría alardear a priori un presunto convicto que ya sido escuchado y absuelto por los suyos? Lo demás es cosa de poca monta. Un juez, dos jueces, tres jueces. ¿Qué más da, si lo más probable es que también hayan sido oídos y perdonados? Es ese sentido, es en todo ejemplar la imagen publicada en este periódico en la que se ve a un Camps contrito ante la imagen de la Virgen en el día de su día. No es creíble que un tipo afligido y más concentrado en su devoción que Saulo una vez que se cayó del guindo haya pecado jamás ni de pensamiento ni de palabra, aunque de obra y de omisión puede que sí. Es esa verosimilitud la que los jueces han constatado.
La confirmación de la hipótesis contraria habría sido la más diabólica de todas las posibles, pues acrecentaría la sospecha ahora difusa, incluso entre los votantes del pepé, de que sus políticos tienen bula para observar una conducta privada o pública en todo contraria a los sagrados preceptos que dicen representar, incluido el amplio repertorio de ellos que se pueden leer en las Sagradas Escrituras, y la asunción ciudadana del ejercicio del pecado como conducta cotidiana (y por lo tanto reiterada: nada de arrebatos narcisistas) como les ha ocurrido a los Legionarios de Cristo con el garañón Maciel: antes de entrar en una secta, conviene mirar quién hay detrás de la puerta guardando la integridad (es un decir) del que se sienta ante el altar de la mesa mayor en el entorno de un despacho de muchos metros cuadrados. Y que una visita del Papa a Valencia puede convertirse en el negocio del siglo para los tironeros con posibles que organizan los eventos.
Cabe, en fin, preguntarse si a los votantes católicos del pepé valenciano no les importan para nada estas minucias terrenales, porque cuando se está cargado de razones en lo general poco importan las contradicciones (tan humanas, tan solventes) más siniestras de los desajustes particulares. Confesión, hostia consagrada, y a vivir que son dos días. Aunque siempre convenga tener a mano una farmacia, por si acaso. Por lo demás, decía Joseph Conrad (un caballero) que el horror tiene cara. Más cierto es que la jeta de algunos basta para invocar todos los horrores de este mundo. Y que todavía quedan magistrados que lo sospechan.
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