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Columna
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La guerra de la paz

Entre vascos anda el juego. Tosca tribu de truhanes atribulados. ¿Por qué no discutir sobre la paz? Tema nada pacífico, dicho sea de paso. La paz es aquí un lío, una bronca, una pendencia. En lenguaje técnico: una fase del conflicto.

Eduquemos por la paz, así que, para empezar, un dialéctico intercambio de guantazos. Los partidos deciden dar ejemplo en armonía y concordia: todos de acuerdo en que hay que domar las conciencias, pero ninguno dispuesto a entregar los mandos de la nave. Es lamentable que, movidos por su ímpetu pacifista, los partidos se pongan tan belicosos. La política tiene entre sus fines secretos liquidar la autonomía familiar en el ámbito educativo, pero todo proyecto de educación entra en conflicto con los proyectos de educación de otros partidos. En la neutralización recíproca anida nuestra única esperanza.

Asombra que, en medio de la gresca, nadie cuestione la potestad del poder público para moldear las almas, lo cual indica la mansedumbre de gentes muy diversas, que jalean algunas iniciativas y condenan algunas otras, según le vaya en ellas a su propia ideología. Ninguna mano alzada para plantear algo muy simple: ¿es tarea del Gobierno dictar la moral de las personas? ¿Por qué los críticos frente a un proyecto gubernamental de educación son sólo otros partidos o grupos sindicales, pero no las familias, atrapadas en el fuego cruzado?

No hay que dudar de la bondad de la propuesta en origen, ni del dolor que ha provocado la violencia terrorista. Tampoco es opinable que en una escuela controlada por la izquierda abertzale el nivel de adoctrinamiento sería el de una república soviética. Pero la sola intención de "educar por la paz" no excusa su defecto de fondo: atribuir al poder público la formación moral de las personas. En eso la Educación para la Ciudadanía, la Formación del Espíritu Nacional o el Libro Rojo de Mao son versiones del mismo principio expropiatorio. Y las arduas negociaciones para decir en las aulas "País Vasco" o "Euskal Herria", "Estado Constitucional" o "Estado de Derecho", sólo muestran el ridículo a que puede llegar la clase política cuando se propone cuadricular la educación de los pequeños, tarea de la que muchos padres estaríamos dispuestos a eximirles, con la deducción fiscal correspondiente, por cierto, en nuestra declaración de Hacienda.

La educación por la paz se va a dar "sí o sí", dijo Antonio Basagoiti, con una falta de cortesía comparable a su falta de espíritu liberal. Pues educar por la paz "sí o sí" parece, pedagógicamente, un mal comienzo. ¿Y los adolescentes? ¿Asumirán el ascendiente de una asignatura cuyo contenido no es un imperativo ético, sino el producto negociado de una correlación de fuerzas partidistas? Ojalá aún existan maestros que perciban en la paz un mandato ético y no una disposición reglamentaria.

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