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Tribuna:SILLÓN DE OREJAS
Tribuna
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Benditas sean tus cenizas, Eyjafjalla

Manuel Rodríguez Rivero

La jaculatoria naturalista del título es el trasunto de mi agradecimiento. El volcán se enfadó y vomitó sobre el mundo. El jueves de ceniza quedaron "cancelados" todos los vuelos al norte. "Cancelada", por cierto, es también el participio con que en Ediciones B se refiere a la, al parecer, inminente desaparición de Bruguera, el sello que dirige la estupenda Ana María Moix. En todo caso, el viernes de cenizas me quedé compuesto y sin avión para Londres. Salí del aeropuerto de Barajas sacudiéndome el polvo de los pies, como hicieron Pablo y Bernabé cuando se largaron despechados de Antioquia de Pisidia (Hechos, 13, 50-51). Me había prometido una semana en la que pretendía mezclar la asistencia a la Bookfair con el placer de deambular por la ciudad amada (y, eventualmente, inflarme de pato adraki en la Bombay Brasserie). De manera que lo primero fue el sentimiento rampante de frustración. Luego decidí hacer de tripas corazón y superar la parálisis. Había entregado con anticipación mi sillón de orejas, de manera que me sentía liberado. Una repentina inspiración me hizo cambiar Londres por Palencia o, si se prefiere, Charing Cross por Villalcázar de Sirga, donde, por cierto, no hay sucursal de las librerías Foyle's o Blackwells. Lo que sí hay es, en Santa María la Blanca, un estupendo retablo plateresco de Cristóbal de Herrera consagrado a Santiago. En una de sus casas se representa al mago Hermógenes (un intelectual de izquierdas, sin duda) arrojando al mar sus libros de magia, con los que había tratado de tentar al apóstol. Luego me dediqué a pasear y leer durante tres días. A leer tranquilamente, quiero decir, sin prisas ni agobios ni obligaciones ni compromisos. Mientras los cielos de Europa se saturaban de humo volcánico y en los stands cenicientos y desiertos de la Bookfair (tarifas de alquiler: entre 1.000 y 200.000 libras) reinaba un silencio estupefacto, yo dividía mi tiempo entre el románico más puro y la literatura sin contaminar. En esos días "cayeron" tres joyas: una novela, un libro de memorias y un poemario. El amor verdadero (Siruela), de José María Guelbenzu, es una novela que me hubiera gustado escribir: 40 años después de El Mercurio, el autor explora con distancia y sabiduría la trayectoria de aquel grupo generacional. En Tiempo de Vida (Anagrama), Marcos Giralt Torrente completa su memoria "paterna" (y, en cierto sentido, su necesario ajuste de cuentas) con emocionante intensidad. Marta Sanz -más ácida, pero tan lúcida e irónica como la británica Wendy Cope- me proporcionó con su poemario bifronte y desgarrado (Hardcore y Perra mentirosa, Bartleby) hora y cuarto de admiración y gozo poético. De manera que la nube de cenizas se me convirtió en lluvia de (buenos) libros. Mi volcánico corazón no olvidará nunca tu nombre, Eyjafjalla. En cuanto a la Bookfair, sus organizadores, siempre tan apremiantes (y cutres), todavía tienen que comunicar a los frustrados feriantes extranjeros cómo van a devolver el importe de las entradas vendidas con antelación. Dense prisa.

Camino

Anoche padecí una horrible pesadilla protagonizada (una vez más) por el reverendo Martínez Camino. En mi sueño, el portavoz vestía un elegante burka negro (parecía diseñado por la austera ex comunista Miuccia Prada) que le cubría de la cabeza a los pies, por lo que me costó reconocerle. Me ayudó a hacerlo su voz, que me conminaba a usar en público mi insignia con la tierna imagen del niño Lenin (la compré en un baratillo moscovita, en la época de Chernenko): "Póntela en la solapa" -así me dijo- "y muéstrala con orgullo". Y añadió: "Siéntete libre, no confines tus símbolos religiosos al ámbito privado, airéalos, sácalos de tu casita" -así dijo: "casita"- "y muéstralos en Babelia, en la Universidad, en la Iglesia, en El Corte Inglés, everywhere". Mientras así se producía, apoyando sus palabras en argumentos de raigambre hegeliana (rastros de su frecuentación de la obra del teólogo Wolfhart Pannenberg), el jesuita permanecía rodeado por una veintena de personajes que lucían símbolos de las tres religiones monoteístas y recitaban simultáneamente pasajes de la Torá, del Apocalipsis y del Corán, cual frenético coro de un auto sacramental globalizado. Cuando me despertó lo que creí religiosa algazara y resultó ser el noticiario de la siete (conectado a la alarma de mi despertador), me hice el firme propósito de no volver a excederme en la cena. Y tampoco en la lectura de los libros de Michel Onfray, el ateo oficial (y bestselérico) de la edición francesa: antes de apagar la luz estuve indignándome con su verborrea anarcoide y "hedonista" a propósito de Voltaire ("el santurrón", lo apoda) y de otros representantes de lo que llama "luces pálidas" (véase Los ultras de las luces, Anagrama). Lo cierto es que Onfray, un autor casi tan prolífico como César Vidal, ha hecho muy rentable su -digamos- pensamiento. Lo malo es que, una vez se ha leído uno de sus libros, se han leído (casi) todos. Me encantó, por cierto, el varapalo que le propinó recientemente (en Le Monde) la psicoanalista Elizabeth Roudinesco a propósito de Le crépuscule d'une idole (Grasset), un panfleto (de 600 páginas) en el que Onfray la emprende con Freud a su modo perfunctorio, vehemente y apresurado. Claro que el autor de Tratado de ateología (Anagrama) no se ha arrugado: la polémica y las (tremebundas) descalificaciones mutuas han saltado a la Red, alimentando una feroz guerra de bloggers partidarios de cada uno de los púgiles (dialécticos). En cuanto a monseñor Camino, ya se sabe: defendiendo el velo islámico pretende arrimar el ascua a su sardina y conjurar la escuela laica (vade retro) a cualquier coste. Me pregunto si en ese camino (o ruta, para evitar equívocos) podría llegar a justificar la exhibición en la escuela de amuletos santeros. O, incluso, de retratos (imaginarios) de Melibea, que, al fin y al cabo, era el dios de su enamorado Calisto.

Dragones

Sin noticias (fiables) de Sant Jordi o de la noche de los libros. Como en nuestro sistema del libro las cifras nunca se prodigan, hay que proceder con intuiciones. A juzgar por las declaraciones de los respectivos gremios, el 23 de abril no ha sido como para echar cohetes: las primeras impresiones se bifurcan entre "igual" o "ligeramente peor" que en 2009. Eso sí, con ventas más repartidas que en el "año Larsson". El sector no se encuentra precisamente en el mejor momento de Mary Tribune. Los rumores de la (presunta) cancelación de Bruguera son todo un síntoma. Claro que Ediciones B lleva sin levantar cabeza hace tiempo. Se le han ido autores (Wendy Guerra, Vázquez Figueroa, Doris Lessing, además de Markaris, Connelly, Noah Gordon, Grisham, entre otros) y cunde el desconcierto. Mientras, los grandes pactan y se posicionan. La foto brindando con sonrisa de oreja a oreja de Fernando Carro (Círculo de Lectores) y Jesús Badenes (uno de los escasos ejecutivos de Planeta que no cree que la opinión de los medios tenga que coincidir con las notas de prensa del grupo) es la imagen mediática de un acuerdo que tendrá abundantes consecuencias, y que negociaron directamente la viuda Mohn (Bertelsmann) y José Manuel Lara, que son los que mandan. Esos sí son dragones de lujo, y no los que apiolaba San Jordi. Claro que de la sangre de los monstruos brotaron las rosas. Y rosas y libros, ya se sabe: unos se devuelven y otras no.

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