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Crítica:Solomon Volkov / El coro mágico. Una historia de la cultura rusa de Tolstói a Solzhenitsin | EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El trono de Tolstói

José María Ridao

Solomon Volkov recurre a la metáfora del coro mágico, elaborada por Anna Ajmátova, para trazar la historia de las relaciones entre los artistas y el poder ruso desde Tolstói a la irrupción de Alexandr Solzhenitsin. El relato se inicia con la muerte del autor de Guerra y paz, una formidable figura a medio camino entre el artista y el profeta, cuya obra puso de manifiesto tanto como su propia vida que, junto al trono de los zares, se alzaba otro no menos respetado ni menos influyente en la historia de Rusia durante los dos últimos siglos: el de los artistas y escritores. La lucha por ocupar el trono vacante de Tolstói constituye el sutil hilo conductor del ensayo de Volkov; una lucha en la que, progresivamente, los criterios del poder se van imponiendo a los estrictamente artísticos.

El coro mágico. Una historia de la cultura rusa de Tolstói a Solzhenitsin

Solomon Volkov

Traducción de Ferrán Esteve y Carlos Fajardo Ariel. Barcelona, 2010

320 páginas. 36 euros

Más información
Primeras páginas de 'El coro mágico', de Solomon Volkov

Uno de los mayores méritos de El coro mágico es dar cuenta de la compleja efervescencia ideológica y política en la que estallaron unos conflictos sólo conocidos parcial y fragmentariamente fuera de Rusia, incluidas las páginas más sombrías de la Revolución de Octubre y los brutales ajustes de cuentas dentro de ella. No cabe achacar sólo a la barrera de la lengua y a la falta de traducciones el desconocimiento de muchas de las figuras que desfilan por este ensayo, sino a un hecho en absoluto accidental. El propósito de construir una sociedad enteramente nueva conllevó el férreo control sobre las manifestaciones artísticas que el poder consideraba dignas de ella, tanto las procedentes del pasado anterior a la revolución como las que se produjeron en su seno. Las que convenían al nuevo credo se promocionaban desde el poder; el resto se silenciaban y condenaban al olvido.

La actitud de la jerarquía ante las obras de arte no sólo dependía del grado de afinidad de los autores con respecto al proyecto político soviético. En buena medida, fue otro el factor determinante: al igual que sucedió en otros campos, el omnímodo poder de la nomenklatura convirtió sus particulares preferencias artísticas en un imperativo inexorablemente derivado de la ideología comunista, convirtiendo en necesarias opciones que respondían a razones arbitrarias. Para Volkov, esta imposición del propio gusto explicaría el que, en pocos años, la revolución pasara de alentar el arte de vanguardia a consagrar el realismo socialista como única expresión aceptable en la nueva sociedad. Mientras los asuntos culturales estuvieron en manos de Lunacharski, o más tarde de Trotski y de Bujarin, el escaso interés, por no decir el abierto desprecio, que Lenin manifestaba hacia las vanguardias no tuvo consecuencias graves. Bajo Stalin, sin embargo, la condena no se limitó al arte, sino que alcanzó a los artistas. Los que no se suicidaron, como Maiakovski, fueron ejecutados, como Meyerhold.

Volkov propone en El coro mágico una interpretación del realismo socialista que pone el acento en su función, lo que lo aproxima a la iconografía más que al arte en sentido estricto. Stalin, afirma Volkov, "no dejaba de empujar a la cultura soviética para que asumiera unas funciones casi religiosas: las novelas tenían que desempeñar el papel de las hagiografías; las obras y las películas, el de los misterios religiosos; la pintura, el de los iconos". Desde esta perspectiva, siempre según Volkov, no sólo se puede comprender que los premios a los artistas adscritos a esta corriente "no se concedían porque sí", sino también que disponían de unas cualidades que quedan ocultas si sus obras se contemplan sin advertir ese componente casi religioso.

Para ilustrar este razonamiento, Volkov presta atención al caso de Mijaíl Shólojov, autor de El don apacible, una novela que publicó con sólo 23 años y que contó desde el primer momento con el aprecio y el apoyo de Stalin. Hasta fecha reciente, Shólojov fue considerado como el prototipo del escritor orgánico. La publicación de su correspondencia con Stalin, hace apenas una década, descubrió a un autor que desafiaba el peligro, denunciando las medidas contra los campesinos ucranianos y los métodos de tortura contra los detenidos. Su osadía llegó al punto de mantener relaciones con la mujer del jefe del KGB, Yezhov, fusilado en 1940.

El recorrido de Volkov por la cultura rusa abarca la pintura, el cine, la danza y la música, además de la literatura, siempre desentrañando sus complejas relaciones con el poder, que sólo empezaron a transformarse con la llegada de Gorbachov al Kremlin y el inicio de la perestroika. El trono que la muerte de Tolstói dejó vacante fue ocupado desde poco antes del colapso soviético por Alexandr Solzhenitsin. Al igual que el autor de Guerra y paz al zarismo, Solzhenitsin fue capaz de sostener la mirada al régimen soviético y contribuir a su definitiva derrota. También en estos instantes inciertos del final del comunismo, El coro mágico de Volkov no sólo se detiene en esos gigantes característicos de la cultura rusa, sino en la infinidad de artistas que prolongan una de las más ricas tradiciones del mundo.

León Tolstói (1828-1910) y su esposa, Sonia, en Crimea en 1902.
León Tolstói (1828-1910) y su esposa, Sonia, en Crimea en 1902.CORTESÍA DE SONIA TOLSTAIA

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