Inflación en su justa dosis
Académicos y banqueros centrales discrepan sobre el nivel apropiado de precios
Ahora que el mundo parece que empieza a dejar atrás la crisis financiera, y la Gran Recesión posterior, surge el debate sobre las causas de la crisis y qué factores habría que reformar para evitar una repetición de la misma en el futuro. La crisis ya se ha llevado por delante algunas verdades que parecían inamovibles -por ejemplo, después de Lehman Brothers ya nada se considera demasiado grande para quebrar- y muchas otras están siendo cuestionadas, como determinar cuál es el nivel apropiado de inflación. Después de años, de décadas, jaleando las bondades de unos precios moderados y contenidos, ¿han descubierto ahora los responsables económicos las ventajas de unos precios rampantes?
Blanchard defiende que el objetivo de precios aumente del 2% al 4%
España es uno de los países con más riesgo de deflación, según el FMI
El debate lo ha planteado el Fondo Monetario Internacional (FMI). Su economista jefe, Olivier Blanchard, ha publicado un informe en el que defiende la necesidad de acabar con el sacrosanto objetivo de mantener la inflación en el 2%, compartido por la mayoría de los bancos centrales, y elevarlo aproximadamente en torno al 4%. Blanchard lo justifica con el siguiente argumento: "La crisis ha demostrado que los tipos de interés pueden llegar a cero y eso supone una severa limitación para la política monetaria en momentos difíciles. Es lógico pensar que una mayor inflación y, por tanto, mayores tipos de interés nominales antes de la crisis hubieran dejado mayor margen a la política monetaria y, con ello, un menor deterioro de las posiciones fiscales de los países".
Como Blanchard, muchos economistas atribuyen buena parte de la burbuja de activos que dio origen con su estallido a la crisis financiera a la larga etapa de bajos tipos de interés que la precedió, con Alan Greenspan, el anterior presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, como máximo exponente de esa política. Fue entonces, en esa época ahora conocida como la de la Gran Moderación, cuando la Reserva rebajó incluso el objetivo ideal de precios en torno al 1%, en el convencimiento de que las nuevas tecnologías y los nuevos actores de la economía internacional -claramente, China- habían provocado un cambio estructural en el patrón de comportamiento de los precios. Tras el estallido de la burbuja puntocom en 2001, Greenspan y otros economistas advirtieron del riesgo de una etapa deflacionista como la japonesa, riesgos que ahora aparecen como claramente exagerados. Su respuesta en forma de muy bajos tipos de interés y el mensaje de que esa política se mantendría en el tiempo provocaron una desaparición de la percepción del riesgo, con las consecuencias posteriores que todos conocemos.
El economista jefe del Fondo no es el único ni el primero en defender un objetivo de inflación de los bancos centrales superior al 2%. Antes que él, economistas reconocidos como Kenneth Rogoff, Gregory Mankiw, Brad DeLong y Paul Krugman han asegurado que unas mayores tasas de inflación podrían ser incluso positivas para la economía. Sus argumentos los recogía recientemente María Jesús Valdemoros en el blog de economía del Instituto de Empresa: puede facilitar el ajuste del mercado inmobiliario, al favorecer el ajuste de los precios reales sin necesidad de grandes caídas en los precios nominales de la vivienda; un aumento de los precios de bienes y servicios provoca un ajuste de los salarios reales, siempre que no estén indexados al IPC, y, como defiende Blanchard, ofrece mayor margen a la política monetaria para bajar los tipos de interés en momentos de crisis.
Tampoco hay que olvidar que ésa ha sido la vía tradicional por la que a lo largo de la historia los Gobiernos han reducido la carga de la deuda pública, ahora en máximos históricos tras los millonarios rescates financieros y los planes de estímulo impulsados para superar la crisis. Al subir los precios de forma generalizada se reduce el valor real de la deuda pendiente, con lo que la presión sobre las finanzas públicas se reduce. A modo de ejemplo, entre 1946 y 1955, el ratio deuda/PIB de Estados Unidos se redujo casi a la mitad y, de ello, un 40% fue gracias a la inflación, que se situó de media en el 4,2%.
Frente a todos esos argumentos, los bancos centrales desconfían. Han sido necesarios muchos años de pedagogía acerca de las bondades de una inflación moderada como para echarlos por la borda a la ligera. Ninguno olvida, además, la espiral inflacionista que se desató tras la crisis de los años setenta y que obligó a las autoridades monetarias a imponer tipos de interés de dos dígitos para poder controlar la escalada de precios. Pero también es cierto que funcionarios de los principales bancos centrales llevan estudiando desde el pasado verano los pros y los contras de semejante decisión.
Por ahora, ganan claramente los que ven más perjuicios que beneficios a un aumento del objetivo de inflación a medio plazo, una política que los grandes bancos empezaron a aplicar a partir de 1989. Responsables de la Reserva Federal y del Banco Central Europeo (BCE) han rechazado la propuesta de Blanchard con cajas destempladas. El candidato a dirigir el BCE, el halcón alemán Axel Weber, presidente del Bundesbank, ha ido más allá y ha acusado al Fondo de "estar jugando con fuego". Willen Buiter, economista de Citigroup en Londres, enviaba el mes pasado una nota a clientes en la que aseguraba que elevar el objetivo de inflación provocaría "un escalofrío inflacionista".
Pero lo quieran o no, el debate está abierto. En Japón el banco central y el Gobierno discrepan públicamente sobre esta cuestión. La economía nipona arrastra ya casi dos décadas de espiral deflacionista y de escaso éxito en sus intentos de combatirla. De ahí que algunos miembros del nuevo Gobierno liderado por el Partido Democrático con el ministro de Finanzas, Naoto Kan, a la cabeza hayan abierto el debate para solicitar formalmente al Banco de Japón la fijación de un objetivo explícito de inflación y situar éste en torno al 2%, frente al 1% que defiende la autoridad monetaria. El gobernador ha rechazado la idea con el argumento de que en nada ayuda a combatir la tendencia a la baja de los precios y de que por, irreal, el objetivo de precios corre el riesgo de restar credibilidad a la política monetaria. El banco mantiene los tipos en el 0,1% desde diciembre de 2008.
Lo cierto es que la amenaza deflacionista es otro de los argumentos utilizados por quienes defienden un aumento del nivel de precios. Y en ese frente no hay buenas noticias para España. El informe de perspectivas económicas del FMI hecho público esta semana sitúa a España como una de las tres economías con el riesgo más elevado de entrar en deflación, situándola al mismo nivel que Japón [ver gráfico superior]. Sin embargo, los precios se situaron en el 1,4% en marzo, acumulando así cinco meses de subidas, "pero la tasa subyacente ronda el cero desde hace meses", precisa el economista Alberto Nadal. "Toda la subida hay que atribuirla a los alimentos frescos y sobre todo a la energía. Es una respuesta lógica a la pérdida de competitividad de la economía española", apunta. Eso no significa, en su opinión, que la amenaza deflacionista se vaya a incorporar a las expectativas de consumidores y empresas, pero sí que la etapa de bajos precios "va a prolongarse".
Lo cierto es que el mundo sabe combatir mejor -y lo ha hecho muchas veces- la inflación que la deflación y ése es un factor que las autoridades deben tener en cuenta para diseñar la política de la nueva realidad poscrisis. -
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