Una mujer baja la escalera
Teatro. Podría ser una película de Mikio Naruse. O del mejor Fassbinder. Podría llamarse Una mujer baja la escalera. O La señora Okichi sube a los cielos. Una heroína orgullosa e irreductible, que cae en desgracia por ser fiel a sus principios, es elevada a los altares de la leyenda y denostada por sus conciudadanos, sufre en carne propia las maquinaciones de los poderosos y es destruida pero no vencida. Pero esta historia no la escribieron Naruse ni Fassbinder. Según la portada de Alianza, la escribió Brecht bajo el título de La Judith de Shimoda: es un inédito, un descubrimiento. Verdad a medias. Escribir, lo que se dice escribir, no la escribió Brecht: la hizo suya, la canibalizó. ¿Se han hecho un lío? Ahora desenredamos la madeja. Flashback. Finlandia, 1940. Huyendo de los nazis, BB se refugia en la casa de su amiga y dramaturga Hella Wuolijoki. Su anfitriona le descubre una obra, La triste historia de Okichi, del dramaturgo japonés Yamamoto Yuzo, que acaba de ser traducida al inglés por Glenn W. Shaw, y de la que tiene los derechos. BB queda fascinado por la pieza (por su modernidad, su feminismo, su crítica al patriotismo manipulado por los poderosos) y emprende lo que llama una "reelaboración" que tiene mucho de apropiación, no en vano acababa de hacer lo mismo con un texto de la Wuolijoki que firmaría (él y sólo él) como El señor Puntila y su criado Matti. Así las cosas, tenemos: a) una obra japonesa, b) una traducción inglesa y, c y d) sendas traducciones al finlandés y al alemán que efectúan, mano a mano, Hella Wuolijoki y Margaret Steffin, otra de las incontables "novias" de BB. También mano a mano, W y BB se ponen a la faena: comprimen y remontan pasajes, y corre a cargo del dramaturgo la escritura de una nueva escena (la décima) y de una serie de interludios, en los que nuevos personajes analizan y comentan la puesta en escena de la triste peripecia de su protagonista.
La Judith de Shimoda
Bertolt Brecht
Traducción de Carlos Fortea
Alianza Editorial. Madrid, 2010
200 páginas. 17,50 euros
En La Judith de Shimoda, un magnate japonés recibe en su mansión a unos visitantes anglosajones y para mostrarles la esencia de su país les ofrece una representación de la vida de Okichi, un mito nacional, emblema, afirma, del "patriotismo de las clases bajas". La función comienza en 1856, cuando los americanos llegan a Japón para abrir fronteras y hacer negocios con el Shogun. El cónsul Harris se ha prendado de una geisha y la quiere en su casa, pero está penado por ley servir a los "diablos extranjeros". Ante la amenaza de cañonear Shimoda, los miembros del consistorio persuaden a la íntegra Okichi y le dicen que ha de cumplir todos los deseos del cónsul. Poco más tarde, la geisha descubre que Tsurumatsu, su novio, ya había dado su consentimiento a los jerarcas a cambio de ser nombrado capataz del puerto. Las negociaciones entre americanos y japoneses se llevan a cabo, pero Okichi ha cometido un error: apiadarse del dolor de estómago del cónsul y conseguirle leche recién ordeñada, lo que se considera una grave transgresión. La muchacha no quiere ser perdonada por los jueces ni recompensada por los políticos pues afirma que en ambos casos ha actuado según su conciencia. Para el magnate Akimura, la historia termina ahí. Pero sus visitantes quieren saber qué sucedió luego, cuál fue el destino de Okichi, de modo que la función continúa, narrando su caída de siete en siete años. Se reencuentra con Tsurumasu, que jamás recibió lo prometido, y tratan de reanudar su relación, pero el peso de la traición inicial ha abierto un abismo entre ellos. Okichi está alcoholizada, víctima del doble peso de la leyenda: para los que se lucraron con su sacrificio es una heroína de cuento; para sus vecinos se ha convertido en "la puta del americano". En la última escena, vieja y acabada, recibe un saco de arroz de uno de los miembros del consistorio y prefiere arrojárselo a los pájaros, del mismo modo que antes prendió fuego a los billetes que le dieron por su acción. Es un maravilloso personaje, hasta el punto de que Brecht quiso escribir también un guión con su historia, contada por varios narradores, a la manera de Ciudadano Kane, pero poco después marchó a Hollywood y, extrañamente, no recuperó ninguno de los dos proyectos.
En 2006, el investigador alemán Hans Peter Neurenter, compilador del presente volumen, pudo acceder al legado de Hella Wuolijoki y descubrió el paradójico material: la versión de una pieza ajena que parece, por trama, por lenguaje, por estructura y por intención, haber salido de la pluma del propio Brecht. Unos años antes se habían incluido fragmentos de La Judith de Shimoda en sus obras completas y como tal se representaron, sin mucho éxito, en Alemania. El texto recuperado, dada su brillantez, se merece una nueva oportunidad "con honores de estreno". Reivindicando también, desde luego, la autoría original de Yamamoto Yuzo, un dramaturgo a descubrir. Y de Hella Wolijoki, la ghost writer finlandesa de BB. (Ahí hay otra película, por cierto: The Making of The Judith of Shimoda).
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