El desquiciamiento de Ribéry
El extremo del Bayern, envuelto en un caso de proxenetismo, de problema en problema
La vida de Frank Ribéry es un carrusel con altos y bajos. Ahora no vive buenos días, pero los ha tenido peores. Su rostro lo refleja. También, su alma, curtida en un deprimido barrio de Boulogne-sur-Mer, una pequeña ciudad vecina al Canal de la Mancha. Siempre tuvo talento para darle a la pelota, pero también problemas para mostrarlo. Cuando era juvenil, el Lille le reclutó para formarlo, pero le dio por imposible. Siempre cercano a la pendencia, regresó a sus raíces y se buscó un trabajo en la construcción. Nunca dejó de jugar.
Dicen quienes le conocen que siempre tuvo una gran determinación. La necesitará para salir del brete en el que se ha metido los últimos días, de la devaluación que supone la acusación de proxenetismo y su expulsión en la semifinal de la Liga de Campeones contra el Lyon, justo cuando todos los focos le alumbraban, cuando tenía la oportunidad de remontar una temporada torcida.
Al francés se le complicaron las cosas cuando llegó Van Gaal al banquillo muniqués
A Ribéry se le complicaron las cosas con la llegada de Louis van Gaal al Bayern. El jugador había estado en el escaparate durante los últimos meses y, en pleno julio, al técnico holandés no le gustó la perspectiva de pasarse la pretemporada de rumor en rumor. Le exigió un compromiso y se encontró con una serie de pequeñas dolencias que impidieron que el futbolista se integrara en el día a día del equipo. Molestias en el tendón de Aquiles, en los aductores o una bursitis en la rodilla izquierda jalonaron los dos primeros meses de relación entre Van Gaal y Ribéry. A finales de agosto, el francés parafraseó a Pep Guardiola: "No tengo feeling con el entrenador".
En realidad a Ribéry no le gustaba el sometimiento que requiere Van Gaal. "Necesito bromear, sentirme libre", explicaba. Y tenía en la cabeza un traspaso. El Madrid era una opción que no se concretó. La del Chelsea, tampoco. Por entonces, Franz Beckenbauer, el presidente de honor del club bávaro, igualó su valor en el mercado con el de Cristiano Ronaldo. Hoy, 94 millones parecen muchos por un futbolista con problemas con la justicia y que firma un curso decepcionante, sin apenas continuidad, porque un mes después de que el mercado se cerrara una tendinitis rotuliana le apartó del equipo. Para entonces ya le había dado tiempo a tender puentes hacia Van Gaal, al que se abrazó con efusividad para celebrar un gol de falta en una remontada en el campo del Borussia de Dortmund. Su recuperación coincidió con el parón invernal, de manera que hasta mediados de enero apenas tuvo posibilidades. "Todo me sentaba mal", resumió al poco de reaparecer.
Esa tendencia al desquiciamiento ha contribuido a su devaluación. Contra el Lyon le encendió un encontronazo con Ederson. Lo pagó Lisandro, que pasaba por allí. "No fue una entrada tan grave porque el rival siguió jugando los 90 minutos", le defendió Van Gaal. Todos en el Bayern templan gaitas. Incluso Beckenbauer, que asintió ante la expulsión, intercedió ayer para decir que la acción era de "tarjeta amarilla oscuro o roja clara".
Pendiente de dos tribunales, al menos ya sabe cuándo habrá sentencia deportiva. El día 28, en Gerland. Por ahora, Ribéry siempre ha sabido salir de los agujeros.
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