Los fantasmas beben aguardiente
El domingo pasado el Partido Popular celebró el aniversario de su victoria en las elecciones gallegas pasadas. Tras la ceremonia se comió y bebió de todo excepto el aguardiente Presidente Don Manuel.
Hace años descubrí en un restaurante una vitrina entera de botellas y botellines de aguardiente blanco, de hierbas y de crema de la marca Presidente Don Manuel. Comprendí que el fabricante creía que era un personaje histórico y que o bien su presidencia sería perpetua y su presencia entre nosotros la de un patriarca bíblico o bien que su memoria perduraría. Pero se ve que no es así, ya no es presidente, no nos visita y a estas alturas hasta los del propio partido que fundó lo olvidaron. Recordémoslo, ya que ellos no lo recuerdan. Se trató y se trata de Manuel Fraga Iribarne, que fue muy ministro de Franco, luego candidato a presidente del Gobierno por su partido y más tarde aún fue Presidente de la Xunta largos y densos años. Hoy mismo es senador por su partido, ése partido que celebraba aquí su victoria, el que fundó él.
Su filosofía perversa descansaba en la certidumbre de que todos tenemos un precio
En el acto del domingo pasado estuvo presente el fantasma de ese padre fundador liquidado (como le ocurrió a Macbeth, que se le aparecían los fantasmas a la mesa del banquete).
Cuando Fraga se marchó derrotado a su retiro madrileño identificó como culpable de su derrota a la ciudadanía que se había movilizado cuando el Prestige, y muy concretamente a ciertos intelectuales, pero se equivocaba, quienes lo habían liquidado estaban en su casa, en su familia: eran sus herederos. (Hay que leer King Lear para recordar algunas leyes del poder y la sucesión). Liquidado con el Prestige, cuando aceptó tragarse las mentiras que decretó Aznar, cuando abdicó de defender la realidad que vivíamos los gallegos... Y cuando aceptó que le cortaran la cabeza a su delfín, Cuiña. No alcanzó a ver que con la cabeza del delfín perdía la suya propia. Ahora puede verlo cuando los de la facción vencedora celebran su conquista del trono, pues en realidad el acto del otro día, presidido por Rajoy y Romay, no era la celebración de un triunfo frente a los adversarios socialistas y nacionalistas gallegos, fue la escenificación del triunfo en una guerra civil dentro del propio PP: habían liquidado a Fraga y el fraguismo. Fraga ya no estaba, era un fantasma.
No se comprende el significado de esa escenificación si no se conoce o no se recuerda lo que fue el fraguismo. Llegó a ser un régimen aplastante con un dominio del poder político e ideológico enorme. Ello fue posible porque Fraga tejió una tupida red clientelar municipio a municipio, diputación a diputación, y luego empresa a empresa, periódico a periódico y voluntad personal a voluntad personal. Tan inteligente y astuto fue aquel que fuera perseguidor de galleguistas que llegó a tener un galleguismo particular a su servicio que le confiriese autoridad moral.
Su filosofía perversa descansaba en la certidumbre de que todas las personas tenemos un precio. Probablemente sea cierto de un modo u otro pero es una cultura política que da asco y crea una sociedad envilecida. La Galicia que creó Fraga ahogaba las voluntades y perseguía cualquier disidencia personal, era una sociedad tutelada y cerrada. A cambio recreó aquí una especie de reino o feudo y, a su modo, defendió el territorio, marcó un límite, aunque en último término estaba sujeto a los poderes madrileños y las empresas venían aquí a llevárselo crudo, como ahora vuelve a suceder. Pero nadie puede negarle que buscó formas político ideológicas y jurídicas para que Galicia conservase algo de identidad y autonomía: autoidentificación y administración única son conceptos con sentido y utilidad.
Fraga estuvo la semana anterior en Sevilla, en un ágape convocado por Aznar para recordar la ocasión en que fue ungido, parece claro que Aznar tiene una visión de sí mismo mítica, mesiánica, y quiere crear un calendario. Fraga asistió, aunque siempre es un trago amargo para un rey recordar que cedió el trono a su sucesor. Seguramente ya era demasiado el aceptar venir a Santiago el pasado domingo y contemplar, desde el público, la consagración de Rajoy y Romay con Feijóo como maestro de ceremonias. Se le tuvo que hacer demasiado amargo, así que habrá decidido no venir. O bien, directamente, no lo invitaron.
Quien tenga memoria recordará la pleitesía y las alabanzas que se le hacían a "Don Manuel" y se sorprenderá ante esa ceremonia en que los militantes del PP exorcizaron su fantasma. Habrá quien haya sentido incomodidad o vergüenza.
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