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Columna
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El día de las excavadoras

Justo el día en el que se levantaba el secreto sumarial del caso Gürtel, la brutal corrupción dominante no podía ser ajena, por más que intentaran distraerlos con las palas de El Cabanyal, a los dos valencianos que comentaban en el bar lo que aquí pasa. Y aunque ninguno de los dos parecía sorprendido ni mortificado por la todavía supuesta financiación ilegal del Partido Popular que gobierna su Comunidad, mientras uno de ellos se empeñaba en que todos los partidos son iguales, le recordaba el otro que esta vez el PP ha batido un verdadero record histórico de corrupción en un mar de cinismo. A pesar de todo, el primero agotó su panoplia de comparaciones, con el recuento de los casos más conocidos de corrupción de la izquierda, y concluyó con el argumento de que estos, es decir el PP, son los suyos y prefiere que sean los suyos los que le roben. No era un argumento original, sí la razón que explica la respuesta de algunos electores ante los más significados protagonistas de la corrupción que no han sufrido castigo en las urnas. Tal vez por eso Joan Lerma avisó a los socialistas de que la corrupción no acaba con el poder. No es que quisiera desanimarlos ni decir con eso, supongo, que la lucha contra la corrupción no le dé votos a la izquierda, sino que la corrupción no se los quita a la derecha. Y es probable que la denuncia de la corrupción no acerque al poder, pero es indudable que no combatirla constituiría una depreciación moral que las urnas no perdonarían a la izquierda. Ni siquiera a la más light. O menos a esa. Me extraña en consecuencia que en algunos sesudos foros de reflexión se pregunten aún qué pasa con los votos, ignorando la afirmación de quien prefiere que le roben los suyos, como el del bar con sus lugares comunes, o tratando de no reconocer que hay votantes que admiran el ingenio o la desvergüenza inagotables de Jaume Matas y los mismos atributos en versión cutre de Carlos Fabra. Quisieran ser como ellos, aunque supongo que con las mismas facilidades para no ingresar en la cárcel.

¿Y de lo de la pedofilia no tiene también la culpa Zapatero?, preguntó uno

En ese mismo día al que aludo, ante el grito de algunos vecinos de El Cabanyal, adonde habían llegado las excavadoras sublevadas de la siempre sublevada Rita Barberá, y que consideraban aquello un abuso, la portavoz del Consell se remitía a los votos para justificar que en nombre de éstos se pueda abusar, poniendo en entredicho la ley. Y de abusos habló uno de los interlocutores del bar, sin aludir a las pulseras y bolsos de lujo o los valiosos relojes que relucen en las Cortes por las que no pasa el presidente ausente y mudo, porque había oído a Francesc Colomer tildar de miserable al Gobierno de Camps por emplear la ley de Dependencia en negocios millonarios de la familia de Juan Cotino, que no es una familia desestructurada, gracias a Dios, porque "las familias desestructuradas son las que hacen que no se vendan pisos", culpables evidentes según la inteligente observación del propio Cotino, y la suya debe estar más bien por venderlos. Pero bastó con que uno de los valencianos nombrara al vicepresidente para que al otro se le desatara la misma lengua de Cotino que lo poseía y asegurara sin ambages que "el Estado de derecho en España está en peligro desde que gobiernan los socialistas". Justo lo contrario de lo que cree Santiago Carrillo: que el PP pone el peligro la democracia. Lo que no aclaró Cotino fue si el peligro para el Estado de derecho radica en la investigación de los delitos o en la privación del privilegio del hermetismo para campar a sus anchas por el Estado como cortijo propio. Tenía claro en todo caso el otro que para Cotino o gobierna el PP o todo está en riesgo, tal vez por una irremediable añoranza suya del partido único.

El favorable a Cotino no quiso levantarse de la mesa sin lamentar el obstinado agravio a Valencia y a los valencianos de todos aquellos que no aplauden a su viajero presidente, tan esforzado en la política exterior que hoy en día no hay quien no conozca en Manhattan a san Vicente Ferrer, o no reconocen, con Zapatero al frente, la labor infatigable del honorable Consell, dedicado exclusivamente a combatir a Zapatero. Pero recibió la respuesta impecable de que lo mismo piensa Raúl Castro de quienes atacan su régimen autoritario. Y no menos el Papa de quienes le piden cuenta por haber mirado para otro lado cuando tenía la pedofilia cerca. O Mariano Rajoy, que siempre mira para el lado contrario, y cuando le piden que mire a donde huele mal proclama su persecución.

¿Y de lo de la pedofilia no tiene también la culpa Zapatero?, preguntó uno. Por fortuna eso, respondió el otro, es de las pocas cosas que por ahora no afecta a Valencia, pero si afectara a Valencia, también. Se lo preguntaré a Cotino, prometió.

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