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Columna
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Corruptos, pero más baratos

Si el presidente Francisco Camps y su cohorte tuviesen vergüenza torera, o cualquier otra variante del pundonor, ya se hubiesen ido a casa después de pedir perdón a sus electores y partidarios por los trapicheos y presuntos delitos que han compartido o amparado, como estos días hemos sido ilustrados con abundantes datos sumariales de la trama Gürtel. Un escándalo que por estos pagos autonómicos constituye el mayor episodio de corrupción pública conocido desde la transición y también el más ridículo por la naturaleza de las dádivas o sobornos repartidos entre un elenco de políticos incautos y triviales, además de la financiación irregular del PP que se ha desvelado y que nunca se dio en tal medida y descaro por estos lares.

Como era de esperar, nadie ha dimitido, pues eso de dimitir cuando te sorprenden con el culo al aire es propio de las democracias maduras que cultivan valores cívicos, y no es el caso. Todo lo contrario: el PP ha sacado pecho y, contra toda evidencia, el consejero y portavoz parlamentario, Rafael Blasco, ha calificado de "infamias, calumnias y mentiras" los trances que les involucran. Su compañero, el vicepresidente del Consell, Juan Cotino, en un alarde de frivolidad (¿o podría ser de experiencia personal?) asegura que "los socialistas tienen funcionarios que escriben lo que ellos quieren", y la misma alcaldesa del cap i casal, Rita Barberá, ha blandido el argumento de que en el Pais Valenciano no hay ningún imputado, como si tal trámite judicial fuese la condición que impidiera señalar con el dedo toda la porquería aireada aquí y acullá, cuya peste chacinera no aventarán los sobreseimientos y fallos absolutorios que se pudieran producir en el futuro.

Se arguye como atenuante que los grados de corrupción detectados por estos lares no son equiparables con los registrados en Madrid. Pero la diferencia, sólo es de escala. Se reduce a los millones exprimidos al erario, al importe de los cohechos y la aparatosidad de los regalos, que no al meollo del desmadre. En este sentido, los corruptos valencianos han salido obviamente más baratos, si nos atenemos a los episodios publicados. No es el dinero el rasgo más deprimente de estas trapisondas, sino la ósmosis o familiaridad entre la banda predadora y los altos responsables de la gestión pública valenciana. Al filo de los hechos conocidos se tiene la impresión de que el cogollo de nuestros gobernantes, con su líder a la cabeza, se ha comportado como un hato de tarambanas manejado por un vivales -decimos de un personaje como El Bigotes-, o al contrario y asombra constatar que en el curso de estos años y ante tamaña depredación democrática y a menudo risible espectáculo no se oyese en el seno del PP ni una sola voz acreditada que lo denunciase. Ahora hemos de confiar en la justicia, y no precisamente en la autonómica, que de ser por ésta todo el mundo aquí es honorable, incluida ella misma.

Y una breve apostilla acerca de los últimos sucesos violentos de El Cabanyal, comprendidos sin duda en el marco de la mentada depredación democrática. Para los más jóvenes quizá supongan una ingrata sorpresa; para los viejos del lugar no son sino una reminiscencia del franquismo insepulto y de una Policía Nacional incompetente que sigue sin aprobar la Educación para la Ciudadanía. Entre grises y azules, por lo visto, únicamente ha cambiado el color, no sus víctimas. ¿Quién da la cara o dimite por este desmadre?

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