Francisco Riberas, empresario que venció a su destino
No fue necesaria la muerte de Francisco Riberas para que recordara su trayectoria personal. Con frecuencia me emocionaba recordándola, porque una historia como la suya deja necesariamente huella por la valentía y solidez moral con que la afrontó y porque la coronó con éxito desde la nada. Porque un niño pobre del barrio madrileño de Usera necesita esfuerzo, tenacidad y talento para torcer tercamente su destino, que era el que esperaría a la mayor parte de los muchachos de su entorno. Y a mí me sigue emocionando la vida de Francisco Riberas, que él me fue contando durante cinco horas diarias a lo largo de cuatro meses, entre la primavera y el verano de 2003, y su relato sereno y vigoroso me pareció ejemplar, conmovedor y lleno de fuerza, sin una sola concesión al desaliento y sin la tentación de la soberbia o la exclusión.
Presidente de Gestamp, se dedicó a la transformación del acero
Había nacido el 21 de enero de 1932 en Rabé de las Calzadas, un pueblo minúsculo a doce kilómetros de Burgos, porque su madre, natural del lugar, había querido que el acontecimiento ocurriera entre los suyos. Recibió el cariño y los cuidados de sus abuelos, tíos y primos, una familia numerosa y muy unida, pero su madre, Benita Pampliega, mujer de temple y decisión, regresó a Usera, porque era allí donde tenía su sitio al lado de su marido, peón de jardines del Ayuntamiento de Madrid. Pero duró poco la vida apacible del niño, porque una tarde del mes de julio de 1936, cuando la madre y el pequeño, que regresaban de visitar a un familiar, se detuvieron para descansar en un altillo frente a la Casa de Campo y, de pronto, estallaron dos balas en el cemento del banco en el que se habían sentado. Continuaron el camino para refugiarse en su casa, pero ya no pudieron regresar al barrio. La configuración del mapa político le impidió trasladarse al pueblo burgalés y comenzó en aquel momento una constante y dramática huida de madre e hijo a través de Valencia, Barcelona y Lleida, donde vivía una hermana de su madre. Esa etapa de la vida de Francisco Riberas comenzó a forjar, bien prematuramente, el alma del niño que apenas había tenido oportunidad de serlo.
Los días finales de 1958 y primeros de 1959 fueron cruciales en la vida de Riberas, porque a partir de entonces, iniciado ya en el negocio de la chapa, con tesón, esfuerzo y trabajo, sin horario y rodeado de un grupo de fieles esforzados, la empresa pasó de almacén en almacén hasta que construyó su primera gran factoría en Burgos, porque pensó que se lo debía a su tierra. Después nació Gestamp y se convirtió en el número uno en España y uno de los primeros en Europa en la industria transformadora del acero y de la estampación para componentes de automóvil, con más de 75 factorías en cuatro continentes, mucho más que un sueño para aquel muchacho de Usera, que se empeñó, para librar a su madre, a la que adoraba, de una vida mísera en el barrio de Usera. Para entonces sus socios se habían separado de la empresa.
Riberas sabía que muy pocas empresas familiares traspasan la segunda generación, porque son muy pocos los hijos de las grandes creadores que se liberan de las comodidades nacidas a la sombra de los sacrificios paternos. Y para que no le ocurriera así, a sus hijos varones, Paco y Jon, los inicio desde niños en los secretos de la empresa y, más tarde, quiso que completaran su formación en ICADE y que recorrieran las secciones de las empresas antes de tomar sus riendas. Ambos, con la colaboración de sólidos colaboradores, mantienen en creciente proyección sus sociedades, pese a los tiempos de crisis. Para su hija mayor, Maite, guardó siempre el lugar preferente de su corazón.
Creo que España ha perdido a uno de sus grandes empresarios, tenaz, trabajador, de gran talento, discreción franciscana, de excelente pasta humana y sólidos principios morales.
Juan de Lillo es autor de la biografía Francisco Riberas, contra su destino
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