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Columna
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Cazar, pescar, vacar

La sociedad perfecta es la que está en vacaciones. Lo sabemos todos, pero no lo decimos con bastante fuerza. Te relacionas mucho, en la carretera no haces más que charlar, dedicar unas palabras a los demás conductores, en la gasolinera, con la policía, sacas fotos al paisaje, te sacan fotos a tu coche, que luego te mandan a casa con dedicatoria incluida. La economía funciona, la crisis desaparece, los hosteleros reconocen que van mejor que nunca, los políticos intercambian alguna palabra en la playa con los adversarios al comprobar que también tienen unos hijos tan pesaditos como los tuyos. En fin, que una sociedad de vacaciones es una sociedad civilizada.

Cuando vuelves ya empieza a estropearse todo. Produces cosas que no sirven para nada y no se venden, compras las que tú no produces, montas negocios que fracasan, los políticos no aciertan ni una, los jefes son insoportables y los compañeros insufribles. Por eso no atinan los psicólogos cuando hablan del síndrome postvacacional, como si fuera algo patológico en lugar de ver trastornada a la actividad cotidiana. ¿A que nadie sufre, cuando se va de vacaciones, de un síndrome postlaboral? Pues eso, más claro imposible.

Hasta en las guerras se mata menos el fin de semana. Se lo aseguro. Y es que el hábito laboral funciona también en la barbarie; cuando llega el sábado y el domingo no apetece lanzarse contra el enemigo. Se ha intentado evitar las guerras y poco hemos conseguido. Hubo leyes prohibiéndolas con el resultado que todos conocemos. Teníamos que conseguir una escalada vacacional en los conflictos bélicos, permitirlos sólo seis meses al año para empezar, luego unas semanas tan solo y terminar con un pacto laboral de tres días por año. Tampoco hay que pedir más porque las utopías nunca dan buen resultado y los salvajes también tienen sus derechos.

Las vacaciones son milagrosas, de verdad. Los hospitales casi se vacían y los enfermos más graves caminan por las aguas en esas playas magníficas que tenemos. Hay menos suicidios por el verano, los ingenuos creen que se debe a unos complicados efectos biológicos de la luz sobre la depresión, tonterías. Es que por el invierno trabajamos, tenemos que negociar, es necesario competir, buscar aparcamiento. Horroroso, y así pasa lo que pasa.

Karl Marx soñaba con el paraíso comunista donde se pudiera cazar por la mañana, pescar por la tarde, criticar después de comer o alguna cosa parecida, no recuerdo bien. Un panorama bastante aburrido, por cierto. Como todos los visionarios, tenía una imagen borrosa del futuro, poco definida. En realidad vislumbraba el futuro de la sociedad, ya fuera comunista o capitalista. Lo que de verdad quería Marx era mandar de vacaciones al proletariado. Pues ya está. Ahora lo tenemos muy claro sin necesidad de gastar tanto papel ni hacer más la revolución. ¡Vacaciones al poder, que trabajo ya no queda!

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