Triples contra el infierno
A salvo de miradas curiosas, Sergi Vidal dirigió la liturgia prepartido. En la puerta del vestuario, el Madrid fue colocándose en círculo. Uno a uno, golpe a golpe, una palmada en el pecho, un salto de gigante contra gigante, luego se fueron juntando los jugadores. Ettore Messina, el entrenador, fue el último en llegar, cuando ya atronaban los bombos de la grada y los gritos ("¡hasta el final, vamos Real!"); cuando ya le esperaba una corona de brazos estirados y atenta a su última orden; cuando el Barça, aún en el vestuario, oía a través de las paredes lo que le aguardaba.
En Vistalegre la caseta está a un paso de la cancha. Les recibió una lluvia de silbidos e insultos, además de una pancarta: "Bienvenidos a CarabancHELL". Bienvenidos al infierno de Carabanchel. Los triples apagaron las llamas.
"No podemos ser tan tontos como para decir que están tirando mal por nosotros y ellos tampoco pueden pensar que es mala suerte", razonó Messina la víspera. Navarro metió el primer triple que intentó. "¡Vamos!", reaccionaron una decena de tipos gigantescos en su banquillo. Le siguieron Ricky Rubio, Morris y Lakovic. Algún madridista, como Lavrinovic, reaccionó con un ataque de malas pulgas contra su banquillo.
Messina, con la punta de los lustrados zapatos rozando la pista, pidió calma. No la hubo. Vistalgre pisoteó rítmicamente el metal del suelo. Abucheó luego un alley hoop de Fran Vázquez. Y tiro a tiro, el Barça lo acabó silenciando.
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