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Columna
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Todo por hacer

Orihuela aspira a convertirse en Patrimonio de la Humanidad y con este motivo, la delegada de la Unesco en la Comunidad Valenciana visitó días pasados la ciudad. Fue el primer paso en el camino que se ha trazado la alcaldesa, Mónica Lorente, para lograr que Orihuela obtenga la distinción. Detrás del propósito hay naturalmente un deseo de reconocimiento pero sobre todo la posibilidad de divulgar el nombre de la ciudad y atraer a los turistas. No hay que perder de vista a la nueva generación de jóvenes alcaldesas que gobiernan en los municipios de la Comunidad. Su desenvoltura está provocando unos cambios en las formas de gobernar cada día más perceptibles. Si estas mujeres logran evitar los resabios de la política -cosa siempre difícil-, podremos ver cosas interesantes dentro de un tiempo.

En su visita, la delegada de la Unesco, Mercedes Sainz, dijo que Orihuela tiene condiciones para convertirse en Patrimonio de la Humanidad. La afirmación puede parecer algo retórica y obligada por las circunstancias, pero es del todo cierta. Cualquier persona que visite Orihuela advierte de inmediato la riqueza monumental de la ciudad. Los edificios valiosos que alberga el casco histórico son abundantes y algunos de ellos, extraordinarios. Podrían ser bastantes más si los oriolanos hubieran tratado mejor a su ciudad. Como otros lugares del país, aquí se ha perpetrado un destrozo urbano formidable, y se ha hecho con el visto bueno de las autoridades y la indiferencia -y, en ocasiones, el aplauso- de los propios oriolanos.

Orihuela vivió durante mucho tiempo sumida en una de ensoñación que le impedía mirar hacia el futuro. Frente a una realidad que le disgustaba, el oriolano buscó refugio en un pasado brillante para no enfrentarse a la decadencia de la ciudad, cada día más perceptible. La población entró en un decaimiento muy acusado, particularmente visible en el comercio. Es probable que los hechos obedecieran a causas más complejas, relacionadas con la desaparición de una sociedad agrícola que hasta entonces había dominado la ciudad. En cualquier caso, llegado el momento de crecer, Orihuela lo hizo sin orden ni concierto, con un efecto muy negativo sobre el casco histórico. El resultado de todo ello es que Orihuela conserva hoy los monumentos, pero la trama urbana que los soldaba y les daba vida, ha desaparecido por completo.

La ciudad pareció recuperar la confianza cuando, en 2003, se celebró la exposición Los semblantes de la vida, que organizó la Generalidad Valenciana. Por aquellos días, quienes solemos visitar la ciudad tuvimos la sensación de que Orihuela se desperezaba y comenzaba a caminar a un ritmo distinto, más animoso. Las obras públicas que se realizaron -casi todas ellas con acierto- proporcionaron a la ciudad una imagen renovada, más acorde con el momento actual. Pero todo acabó aquí. Clausurada la exposición, los oriolanos volvieron a su rutina, incapaces de aprovechar el impulso que la muestra había traído.

Orihuela -¡qué duda cabe!- puede convertirse algún día en Patrimonio de la Humanidad, pero le espera un largo camino para ello. Aún será mayor la tarea si pretende sacar algún provecho de la circunstancia. Hace unos días, leíamos en el suplemento de viajes de este periódico lo que sucede a quienes visitan la población con motivo del centenario de Miguel Hernández. En el mundo actual, no bastan los monumentos ni las efemérides para atraer al visitante. Hoy el turismo es una industria y requiere estar preparado para ello: hay que disponer de instalaciones adecuadas, de mano de obra eficiente y bien formada. Hay que dar servicio. Y todo esto, lo tiene por hacer Orihuela.

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