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Columna
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Abrumados por el esperpento

Es previsible que la izquierda valenciana pierda las próximas elecciones autonómicas, prolongando así la etapa triunfal conservadora iniciada hace ya tres lustros. Pero de lo que no cabe duda es que la derecha política, el PP, está perdiendo por goleada esta legislatura en las Cortes, a pesar de su mayoría de escaños, el ejercicio del rodillo hegemónico y la parcialidad de la señora que preside la Cámara. No obstante tales ventajas, cada sesión parlamentaria revela la superioridad dialéctica de la oposición, dotada no sólo de un discurso incisivo, sino de abrumadores argumentos para correr a gorrazos -siquiera sean retóricos- a los portavoces del gobierno y a su mismo jefe, abatido, cuando no huido. Quizá se juzguen victorias pírricas, pero sería cosa de ver los moratones que tan persistente vapuleo les imprime en su arrogancia y crédito.

Esta semana, en el curso de la sesión de control, ha irrumpido de nuevo en el hemiciclo el malhadado asunto Gürtel en una de sus variantes, la relativa a los dineros que costó la visita del Papa a Valencia en 2006 y los beneficiarios materiales de aquella operación, unos datos que se tienen por secreto oficial, cuando deberían de haber sido divulgados oportunamente sin la menor reserva, tratándose de recursos e iniciativas públicas. Al presidente Francisco Camps siempre le ha fastidiado que se insista en este asunto, que no ha tenido la habilidad de neutralizar, si es que ello le era posible. Ahora el portavoz del PSOE, Ángel Luna, insistiendo en la brecha, ha vuelto a la carga con renovada munición y a tal fin se remitió a un documento de la Brigada de Blanqueo de Capitales de la Policía, donde se describe cómo operó y cuánto se afanó la codiciosa trama de golfos.

A juicio del molt honorable, este episodio es "un esperpento", dijo. Un esperpento que ciertamente le tiene en vilo y lleva trazas de acabar con su carrera política y con la de cuantos le acompañan como cómplices. Tal desenlace no conlleva necesariamente que el PP pierda el favor del electorado, pero cada día parece más cierto que revalidarlo le exigirá otra candidatura ajena a los escándalos y capaz de afrontar con otros bríos el abrumador acoso parlamentario que viene padeciendo. Y que, por cierto, no se produce únicamente en las Cortes, sino también en las bancadas de la Diputación de Valencia donde su presidente, Alfonso Rus, ha vuelto a exhibir su indigencia intelectual proclamando que concierne al partido gobernante administrar a su conveniencia la libertad de expresión, como si de un trofeo exclusivo se tratase. Un criterio fascistoide que retrata al individuo y dota de razones la crítica de la oposición.

Como colofón de este comentario, el lector tolerará un leve sesgo para reseñar una modesta concentración de vecinos del barrio del Carme que protestaron sin ruido el viernes pasado en el Ayuntamiento de Valencia por el desahucio de unos inquilinos. Algunos damnificados son octogenarios con 50 años largos bajo el mismo techo, ninguno percibirá indemnización y carecen de otro alojamiento. Quizá sea una maniobra legal, pero van a la calle porque sus hogares son botín especulativo en nombre de la sagrada propiedad y por la vidriosa declaración de ruina del inmueble, que suele ser provocada por el cálculo del casero, a menudo con el concurso de la prevaricación. ¿Es así como se quiere recuperar el tejido y pulso vecinal de este espacio urbano? La paradoja es que la derecha arrasa en estos lares. Insensatos.

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