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Columna
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¿Nueva izquierda?

Antonio Elorza

Las relaciones entre socialistas franceses y españoles nunca fueron fáciles, por mucho que las respectivas victorias electorales de 1981 y 1982 crearan una atmósfera cordial entre François Mitterrand y Felipe González. Una anécdota de veracidad dudosa refería poco antes que en las reuniones de la Internacional Socialista el primero evitaba cuidadosamente ser fotografiado a solas con el segundo, ya que rechazaba aparecer junto a un perdedor. Lo cierto es que en el mismo año 1981, a pocos meses de la victoria electoral de Mitterrand, un simposio organizado cerca de París por una fundación mitterrandiana, y que el futuro presidente iba a clausurar, con Lionel Jospin y Jacques Delors entre otros como participantes, tuvo como único asistente socialista, y casi por cortesía, a Fernando Claudín, entonces al frente de la Fundación Pablo Iglesias, mientras el PCE se volcaba. Las preferencias de los socialistas españoles se inclinaban abiertamente por Michel Rocard. Además, aquí con razón, tampoco al alcanzar el Gobierno iba a seguir González la vía de reformas de estructura del Gobierno socialista francés, cuyo fracaso era ya visible en octubre de 1982.

La articulación de socialistas y ecologistas ante las presidenciales de 2012 será la prueba de fuego

Las diferencias desde entonces se han mantenido en todos los órdenes. En el PSOE, una vez pasado el susto del Congreso sobre el marxismo, Alfonso Guerra estableció un tipo de organización fuertemente centralizado, que años más tarde, bajo el mando de Zapatero, llegará a un sentido de la disciplina interna y de subordinación al secretario general propio de un partido leninista. Un jefe, una línea política, un solo discurso. La antítesis de un partido dividido en corrientes, con líderes enfrentados, como el francés. Sin duda, la cohesión interna del PSOE ha sido un valor a la hora de lograr resultados electorales, pero una estructura militar no es lo mejor para garantizar la creatividad. De intelectual colectivo, el PSOE de ZP no tiene nada.

A falta de garantizar una estabilidad suficiente, el relativo caos del PS francés tuvo en cambio la ventaja de entreabrir la puerta a alternativas en tiempo de crisis. Así, Lionel Jospin pudo encender las brasas casi apagadas tras la desoladora gestión final de Mitterrand, y Martine Aubry, lo más opuesto a un líder mediático, recompuso los hilos hasta lograr la gran victoria del domingo, en circunstancias mucho más difíciles que en 2004. El buen gobierno de las regiones, sin síntomas de corrupción, conjugando modernización y respuesta a las demandas sociales, se ha impuesto al demasiado transparente ejercicio del gobierno para los happy few de Sarkozy, con su emblemática reforma de la enseñanza, cuyo resultado concreto no era otro que la eliminación de miles de puestos de docentes en nombre de la meritocracia. No en vano su protagonista, el hoy ex ministro Xavier Darcos, ha sido castigado ferozmente en las regionales últimas por los electores. A diferencia de cuanto ocurriera en 2007 entre Sarkozy y Royal, los debates televisados marcaron entre las dos vueltas la distancia entre lo que José María Maravall llamó entre nosotros el "socialismo de lo posible" y una concepción política que lo apuesta todo al ídolo de la modernización, sobre la base de maximizar las ventajas para el capital privado. La delantera tomada en las encuestas por el discreto primer ministro Fillon sobre su presidente, muestra que como en su día le ocurriera a Gorbachov con su europeizante esposa, el exceso de glamour resulta contraproducente en tiempos difíciles. La belleza y el lujo envolviendo al estilo de mánager duro adoptado por Sarkozy ejercen escaso atractivo.

La izquierda francesa cuenta además con un componente que ha tardado décadas en madurar: el partido ecologista. No es ya una amenaza para el PS como en las europeas de 2009, sino su necesario complemento. De prosperar el liderazgo ideológico de Daniel Cohn Bendit, con Europa Ecología estaríamos ante una "cooperativa política", una nueva forma de partido, que conserva del espíritu del 68 la exigencia de imaginar un nuevo horizonte político donde las demandas surgidas de la defensa del medio, la utopía necesaria, han de ser compatibles con una política eficaz contra la crisis económica y de consolidación del proyecto europeo, incluida la propuesta de una Hacienda europea común. En el proyecto de Green Deal, la utopía elimina el lastre de las ideologías tradicionales, tales como la adhesión a las dictaduras (Cuba) o los residuos arcaizantes en la antiglobalización, para buscar soluciones que representen una mejora técnica perfectamente obtenible. Ejemplos: energías renovables y transportes. La articulación de socialistas y ecologistas ante las presidenciales de 2012 será la prueba de fuego para esta nueva izquierda.

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