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Columna
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Estilo

La escena ocurrió en un conocido restaurante parisino. Era el año ochenta y cuatro. El director de cine Mario Camus acababa de regresar del Festival de Cannes con su película Los Santos inocentes, cuando en una mesa del fondo descubrió a Dick Bogarde, vestido elegantemente con pantalón ancho y americana de lino. El actor había sido ese año el presidente del jurado y Camus sabía de buena tinta que se había batido el cobre por la película. Al final La Palma de Oro fue a parar a otro lado. Mala suerte. Pero el director español no quiso dejar pasar la ocasión de agradecérselo, así que le escribió una nota que le hizo llegar a través del camarero. Al otro lado de café, Dick Bogarde le respondió con una leve sonrisa. A continuación el actor pagó su cuenta y al salir del local, se detuvo unos segundos en la puerta y se despidió como se despiden los caballeros, con una ligera inclinación de cabeza. Un gesto antiguo, discreto, elegante. Nada más. Sin embargo, apenas habían pasado unos minutos, cuando uno de los camareros se acercó a Mario Camus con una nota del actor. Sólo había escritas dos palabras, pero al director español se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que darle un trago al whisky para contener la emoción. La nota decía: Milana bonita.

Nadie que haya leído el relato de Miguel Delibes podrá olvidar esa expresión con la que el inocente Azarías (Paco Rabal en la película) se refería a su grajilla cuando la llamaba hasta su hombro para darle de comer. Esta semana hemos leído muchos homenajes al escritor vallisoletano, pero esas dos palabras son en sí mismas la esencia de su literatura. Delibes era un escritor austero y sólido de Castilla la Vieja. Conocía la tierra mejor que nadie. "Si el cielo está tan alto será porque lo habrán subido los campesinos de tanto mirarlo", decía. El estilo lo aprendió de la gente más humilde, aguantando mecha. De niño no le hacía ninguna gracia ir a la escuela, pero había que ir y se iba. Con 15 años la guerra le partió la vida. Ayudó a los que pudo. "En las guerras no gana nadie. Pierden todos. Eso aprendí". Un pesimista nato. Le gustaba cazar y escribir en el periódico para joderle a Fraga su experimento con la ley de prensa. Agarraba el lenguaje del pueblo por donde había que agarrarlo con la misma sensibilidad que mala leche, como debe ser. Era católico y descreído al mismo tiempo, andariego, adusto y sabía callarse como se callan los hombres del campo cuando ya no hay nada que decir. Los últimos años le daba rabia tener que vivir de esa manera. Se le acabó el tiempo, como a todos.

Así que si alguien se lo encuentra sentado en un café del otro barrio, con su abrigo oscuro, observando el patio desde arriba, que no se le ocurra ir a darle la brasa con las últimas noticias del infierno. Que haga como Dick Bogarde. Una sonrisa leve, una inclinación de cabeza en la puerta y una nota al camarero con dos palabras: Milana bonita. Con eso basta.

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