Impostura

Tropiezo al azar en la tele con los políticos, mientras que cambio de película en el DVD, con enorme pereza, con gesto de hastío. Podrías adivinar a qué partido pertenecen sin necesidad de rótulos. También su siempre previsible discurso. Consignas repetidas hasta la extenuación presuponiendo que la dispersa mentalidad infantil de los receptores necesitan que les repitan cien veces el mismo concepto para que se les incruste en el subconsciente. Unos certifican que hay señales de esperanza, que su conciencia social siempre será el paladín de los desamparados, que su actitud socialdemócrata es el antídoto que precisan los débiles contra la voracidad de los depredadores. Los otros sonríen como hienas ante los datos cotidianos que aumentan el desastre, denuncian con gesto apocalíptico la ineficacia y el fariseísmo de sus rivales, proponen la desobediencia civil a los ciudadanos y la seguridad de que si les entregan el timón del casi desahuciado barco lograrán enderezarlo y alcanzar la salvadora tierra. Todo despide olor a farsa rancia, a intensidad forzada, a frases huecas, a eterna impostura.
Aunque sepas que estás asistiendo a un simulacro, que intentarán venderte mentiras, podría engancharte momentáneamente el encanto de los actores, sus registros, su sutileza, su ritmo, su gracia, pero es inexistente. Cuando veo y escucho a Esperanza Aguirre, el rechazo no es sólo mental, es algo físico. Esa indeseable sensación se repite cada vez que me topo en la pantalla con José Blanco. Se supone que ambos poderosos personajes están en las antípodas, que pertenecen a ideologías irreconciliables, a las eternas dos Españas, pero las sensaciones que me despiertan son clónicas y fóbicas. Observo en 59 segundos su perfil de pájaro de mal agüero, el círculo que hace con sus deditos intentando armonizar la expresividad gestual con la contundencia de su pensamiento, su permanente crispación, su grandilocuencia, su mal rollo.
El paro es la obsesiva temática de los que manejan la cosa pública, los que saben que nunca van a perder su trabajo. Muchos de los que seguimos disponiendo del nuestro utilizamos el término descrédito al referirnos a la clase política. Imagino que a los auténticamente desesperados esa calificación les sonará a intolerable eufemismo.
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